El novelista grancanario Alexis Ravelo ha muerto esta mañana tras un infarto a los 51 años. Su obra, que se dio a conocer tarde pero que fue deprisa, al ritmo de un libro al año durante la última década, se queda así suspendida como quedó este mismo año la de su amigo Domingo Villar, con el que compartía editorial, Siruela, y algunos rasgos.
Ravelo podía tener cosas en común con Villar, con Rafael Chirbes, con muchos escritores de su generación, pero también tenía algo único. Para empezar, el escritor canario había llegado a la literatura por un camino largo y lento. Nació en Escaleritas, en un barrio de clase trabajadora de Las Palmas de Gran Canaria, fue camarero primero y, después, un proletario y un ultraperiférico de la literatura que escribió libros de encargo antes de darse a conocer.
El cambio llegó en 2014, cuando Ravelo, ya cuarentón, ganó el Premio Hammett del Festival de Novela Negra de Gijón gracias a La estrategia del pequinés (Alrevés). Aquella novela partía de un hallazgo: Ravelo tuvo la idea maravillosa de tomar el habla popular de Las Palmas de Gran Canaria, menos dulce y melodiosa de lo que se suele pensar pero increíblemente expresiva, y hacer literatura con ella. Literatura portuaria y criminal, que era lo que correspondía a aquella época de crisis. La Las Palmas de Ravelo parecía un equivalente del Baltimore The Wire.
El momento también era importante. Ravelo conquistó a sus lectores, muy abundantes no sólo en las islas, en la década del descontento. Sus historias criminales se han ajustado bien a ese espíritu. Sus tramas, nutridas de expedientes judiciales que Ravelo estudiaba como un opositor, tendían a seguir un esquema: una escena de brutalidad protagonizada por matones lumpen, acababa por revelar formas de violencia estructurales que dirigían hombres de éxito y prestigio.
Ravelo era también un escritor inconformista. Dio con esa fórmula de éxito (los códigos de la novela negra desarrollados con un lenguaje propio y más o menos pintoresco y dirigidos a una lectura moral y política) que exploró en las novelas de la serie de Eladio Monroy pero fue más allá. En paralelo, desarrolló otra línea de libros más atemporales, más tendentes a la novela filosófica, sólo en parte criminales y sólo en parte canarios. La otra vida de Ned Blackbird, La ceguera del cangrejo, Los nombres prestados y Los milagros prohibidos (todos editados por Siruela) son algunos de los títulos de ese otro Ravelo que leía terror y teoría política y que iba a contrapelo de sí mismo. Tan a contrapelo que en Un tío con una bolsa en la cabeza, una de sus últimas novelas, una de las mejores, tomaba a su villano arquetípico (un arribista de los años de la corrupción enriquecido en la fricción entre la cosa pública y los intereses privados) y lo convertía en un personaje al que compadecer, complejo, herido y traicionado.