Carlos Esteban.
Por su interés reproducimos el siguiente artículo publicado en el digital de referencia en información religiosa infovaticana.com:
De ser fiables las fuentes que maneja el National Catholic Register, Francisco habría mantenido dos audiencias personales no anunciadas ni registradas con Albert Bourla, el CEO de Pfizer, la farmacéutica fabricante de la vacuna experimental contra el covid que se administra en el Vaticano.
Para presunta envidia de los cardenales firmantes de las Dubia, que llevan desde entonces pidiendo una audiencia que dos de ellos murieron esperando, el Papa Francisco habría concedido el pasado año no una, sino dos audiencias privadas al CEO de Pfizer, Albert Bourla, que no es cardenal y ni siquiera católico.
Al menos esa es la información que maneja un medio tan prestigioso y serio como el National Catholic Register norteamericano. Las audiencias papales suelen anunciarse a través la Oficina de Prensa de la Santa Sede, y estas no lo fueron. Por lo demás, en respuesta a las preguntas del Register, en Pfizer ni confirman ni desmienten.
No es que no se hayan dado en este pontificado audiencias, digamos, ‘discretas’, no anunciadas. En noviembre de 2019, justo antes del inicio de la emergencia sanitaria por covid-19, el Papa recibió a Melinda Gates en privado. La reunión, bien conocida en el Vaticano, no fue anunciada ni reconocida oficialmente hasta hoy.
La Santa Sede fue, a principios de 2021, uno de los primeros estados en administrar vacunas tras firmar un contrato con Pfizer a finales de 2020 para ofrecer exclusivamente su producto farmacéutico Pfizer/BioNTech a su personal. El ‘acto de amor’ en el Vaticano, pues, tiene un único nombre comercial y es, por lo demás, obligatorio, lo que parece extraño en el amor. A partir del 31 de enero, será necesaria la triple vacunación (dos dosis más la retirada) para entrar en territorio vaticano (incluso se pueden admitir pruebas de reciente recuperación de COVID-19 y no hay requisitos para liturgias públicas y audiencias generales). Pero las obligaciones se impusieron cuando se cuestionó la efectividad de todas las vacunas contra el COVID-19 para prevenir la propagación de la enfermedad. En diciembre de 2020, el profesor Andrea Arcangeli, director de la Dirección de Salud e Higiene del Vaticano, dijo que el Vaticano eligió usar la vacuna de Pfizer porque en ensayos clínicos “se ha demostrado que es 95% efectiva”. Luego hemos visto rebajarse semana tras semana esa optimista apreciación, aunque nada de lo que se ha ido sabiendo parece variar un ápice la estrategia del Vaticano o de casi cualquier otro gobierno.
De hecho, los contagios han seguido aumentando en el diminuto estado, y no solo han afectado a empleados anónimos. El último caso es el del obispo Brian Farrell, secretario del Pontificio Consejo para la Promoción de la Unidad de los Cristianos, actualmente infectado con Covid-19 a pesar de haber recibido la doble dosis. Un funcionario del Pontificio Consejo dijo al Register que “dio positivo, pero lo estamos esperando de vuelta en la oficina la próxima semana”. Fuentes del Vaticano también dijeron al Register que hasta 14 guardias suizos contrajeron COVID-19 en la segunda mitad del año pasado, pero los casos nunca se anunciaron.
En este contexto se enmarcarían, de ser ciertas, las dos reuniones del pontífice con Bourla, a quien probablemente haya transmitido su petición, hecha pública hace meses, de que su empresa renuncie a los derechos intelectuales sobre la vacuna que está haciendo el agosto de Pfizer.