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Entonces, ¿podemos perdonar al pangolín?

Redacción




Guillermo Mas. Subdirector de Rambla Libre.

 

Que no, que no era el pangolín. Lo dice… ¡La ciencia! Sí, LA CIENCIA, así, con mayúsculas y hasta en negrita, que es como lo pronuncian los tertulianos justo antes de santiguarse (del revés).

Es verdad que Trump, entre otros, llevaba bastante tiempo avisando de esto. “El virus es chino, proviene de China”, se justificaba, pronunciando despacio para que todos lo capten, ante las inevitables acusaciones de racista por parte de la progredumbre mediática. En Barrio Sésamo habrían estado de acuerdo con la explicación de Trump. No así en la Cadena SER (o no ser periodistas, de eso se trata), donde se dijo lo siguiente: “El mandatario se pronunció así horas después de que la Organización Mundial de la Salud (OMS) criticara el uso de esa expresión al subrayar que «este virus no tiene fronteras» y que «es importante ser cuidadosos con el lenguaje» y no relacionarlo «con una etnia» o nacionalidad en concreto”. Pero, ¿y la (mal) llamada «gripe española»? Ah, es que se les olvidó adjuntar el pie de página: los virus tienen nacionalidad siempre y cuando dicha nacionalidad no atente contra el Nuevo Orden Mundial. Mucho más claro, gracias. Tampoco hay problema en decir “variante sudafricana” o “cepa india”. Vamos, que lo único que no se puede decir es “virus chino”, que se nos enfadan los amigos del Partido y no veas tú quien se va luego de fiesta con ellos, que se ponen circunspectos y no hay forma de aguantarlos.

Aunque hablando un poco en serio sí que habría que plantearse poner algún tipo de sanción económica a un país que, como China, no avisó hasta muy tarde de la existencia de un virus cuya gravedad, hasta ese momento, habían negado rotundamente mientras cerraban las zonas afectadas. Solo una parte muy pequeña de China se vio colapsada por el coronavirus, gracias a que tomaron las medidas adecuadas a tiempo y el resto del país pudo seguir funcionando con relativa normalidad. En cambio, otros países que, casualmente, eran competidores económicos directos como Estados Unidos o la Unión Europea, se vieron mucho más afectados por el virus gracias a la falta de información y a que, cuando quisieron reaccionar, ya lo tenían dentro de forma descontrolada y seguramente desde mucho antes de lo que todavía hoy está estipulado. Por cierto: todo ese retraso en la gestión se manifestó en pérdidas económicas y medidas más severas de contención, sí, pero sobre todo en muertos. Que se lo digan a sus familias los partidarios de no sancionar a China por su mala gestión.

Como rezaba un titular de 2020, hay gente a la que este revés sobre la procedencia del Covid no sorprende: “El nobel de Medicina Luc Montagnier ha declarado en una entrevista en el medio francés Pourquoi Docteur que el coronavirus causante de la pandemia de la COVID-19 es el resultado de un «accidente industrial» salido de un laboratorio chino”. Parece que Montagnier, al que todos salieron a desmentir y a vituperar, puede acabar teniendo razón. Igual no es la última vez; esperen y verán. A lo importante: entonces, ¿podemos perdonar al pangolín? Quiero decir que yo lo eliminé de la dieta —era mi plato de los jueves, junto a la paellita— con mucho dolor por aquello de evitarme una muerte agónica. De ahora en adelante evitaré comer chinos, por si acaso.

La famosa zoonosis queda descartada como motivo del virus, entonces. Era la misma explicación que se había utilizado para la “fiebre de las vacas locas” o para la “gripe aviar” (ahora unos científicos chinos de los que descubrieron el coronavirus alertan del peligro de una nueva variante de este virus). Para el coronavirus, la opción de la sopa de pangolín era sin duda la opción más razonable, teniendo en cuenta que la otra hipótesis era la de que se hubiera escapado (o que lo hubieran “hecho escapar”, aunque esto nadie se lo plantea) del laboratorio biológico chino de Wuhan, donde ya había existencias de otros tipos de Sars Cov. No podemos culpar a nuestros medios de comunicación por no haber creído la opción descabellada del laboratorio biológico en lugar de la muy razonable opción de la sopa del pangolín. Tampoco podemos pedirle explicaciones a los colegas de Newtral, Maldita y demás patulea mediática de “destructores de bulos” por haber “desmontado” hasta la saciedad la versión del laboratorio en labios de otros, ¿no? Lo único que pasa es que ahora tendrán que salir a admitir su error si no quieren que les llamemos “negacionistas de la ciencia”. Con mayúsculas, por supuesto.

El gobierno estadounidense dice que va a llegar al fondo de la cuestión. Quizás dentro de un tiempo tengan que dar la razón al científico de Stanford John P.A. Ioannidis, que en marzo de 2020 dijo lo siguiente: “Ese enorme rango afecta notablemente la gravedad de la pandemia y lo que debe hacerse. Una tasa de letalidad de 0,05% en toda la población es menor que la influenza estacional. Si ese es el ritmo real, cerrar el mundo con consecuencias sociales y financieras potencialmente tremendas puede ser totalmente irracional. Es como un elefante atacado por un gato doméstico. Frustrado e intentando evitar al gato, el elefante salta accidentalmente de un acantilado y muere”. En otras palabras: que las medidas de contención han sido excesivas dada la letalidad del virus, algo que mucha gente lleva bastante tiempo diciendo sin que nadie les haga el mínimo caso.

A este paso, en 2050, cuando todos comamos insectos y vivamos compartiendo todas nuestras propiedades (incluyendo los calzoncillos, que hay confianza) y viajando en burro (o como burros), según el plan diseñado por el genio incomparable de nuestro estimado líder Pedro Sánchez, nos enteraremos de donde se originó el virus. Ánimo muchachos, que igual nuestros nietos llegan a saber con certeza algo de lo que ha ocurrido.