Siempre se mata al mensajero: conspiraciones, especulaciones, desinformación. Pero el Nuevo Orden Mundial (NOM) existe y afecta a la vida real del ciudadano de a pie (de la Gobernanza global a la Agenda 2030). No es una simple teoría abstracta o novelesca (más allá de algunas elucubraciones sobre los Illuminati o la masonería), sino un supuesto que puede ayudar a entender la gran transformación política, y geopolítica, posmoderna impulsada por el Globalismo, en sus bases históricas, su desarrollo económico y sus implicaciones sociales (personal y colectivamente).
Toda Plutocracia necesita de un orden. Para mandar, vender y ganar se necesita dominar las formas de pensar y de vivir, de producir y de consumir, y por supuesto de creer y de votar. Se transforma la familia, el hogar, los horarios, los roles, el trabajo o la vivienda, y el emergente sistema globalista colabora en ello. Ahora con empresarios “progresistas” (ya no los denostados y malvados “dueños de los medios de producción”) y con izquierdistas “liberales” (ya no los temidos “comunistas revolucionarios”). Y a los que se suman numerosos dirigentes de las antiguas derechas, alejadas paulatinamente de las tradiciones democristianas (salvo excepciones puntuales), y de las añejas izquierdas que solo utilizan símbolos o herramientas socialistas para momentos especiales.
Ellos lo llaman “gobernanza global” (González Laya, 2020), nosotros le decimos NOM; ellos dicen que siempre mandan los gobiernos elegidos democráticamente, nosotros señalamos que las elites plutocráticas (financiera y mediática) los condicionan bastante en sus decisiones (por ejemplo, mediante la deuda que compran a Estados cada vez menos independientes); y ellos dicen que los ciudadanos pueden elegir más o mejor, y nosotros apuntamos que quizás solo entre lo que ellos ofrecen.
“La organización es lo que da origen a la dominación de los elegidos sobre los electores, de los mandatarios sobre los mandantes, de los delegados sobre los delegadores. Quien dice organización, dice oligarquía” (Michels, 2015). Esta máxima de Robert Michels parece que también se aplica al bando que más hace publicidad contra toda dominación: con ellos, también, unos mandan y otros obedecen.
Los Globalistas tienen su elite, su casta, su oligarquía; como todos. Parte de ella es elegida democráticamente cada cuatro años (con las manos libres durante ese periodo), con programas estudiados, con competencia restringida, con gratificaciones futuras, con encuestas diarias, con hermosas palabras o los versos más bellos (Partitocracia). Pero hay una parte extraparlamentaria que influye en las decisiones de los políticos y en la voluntad ciudadana, desde su poder en los medios y su influencia en las artes, haciéndose pasar por la voluntad mayoritaria (Oclocracia); y existe otro campo transnacional que rige, en última instancia, el camino de un gobierno y de un pueblo desde grandes esferas internacionales (Plutocracia). “Nadie ama al mensajero que trae malas noticias”, nos recuerda siempre la Antígona de Sófocles.