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A propósito de Antonio Papell, capaz de llenar páginas sin decir nada: Historias delirantes del periodismo patrio

Redacción




Enrique de Diego.

Iván Espinosa de los Monteros ha tenido la humorada de mandar al loquero a Antonio Papell, «un tertuliano de TVE», como titulan, porque a pesar de que ha salido muchas veces no lo conoce nadie. Como nada ofende más que la verdad, el tal Antonio Papell ha amenazado con enviarle sus abogados, forma mucho más civilizada y tediosa que remitir los padrinos. Que está de psiquiatra, el bueno de Iván lo ha colegido de una serie de afirmaciones que se resumen en que el PNVes un «partido moderado».

Me topé desafortunadamente con Antonio Papell a finales de los noventa y la historia tiene sus pelendengues. Fue en el diario Ya. La Conferencia Episcopal nos había hecho una trampa saducea y nos había vendido por el negocio inmobiliario de Mateo de Inurria, 15, a los vascos de Vocento, que son de esos tibios que Dios está por vomitarlos de su boca, porque son de Neguri y se dejan caer por Misa de 12, o ni eso. El director Ramón Pi, de quien Emilio Romero, lengua viperina donde las haya, decía que su inteligencia era más breve que su apellido, no se enteraba de nada pues siempre andaba en moto y tenía una cobardía catalana que le hacía esconderse por una puerta ad hoc que había en el párking.

Estos son los prolegómenos. Dicho queda que ka Conferencia Episcopal nos pegó la gran vendida, pasándole el negocio, que no fue menor, a los vascos relativistas de Vocento. Nos enviaron a una nave cutre en Alcobendas y pusieron de director a un tarugo llamado Miguel Larrea, que venía de dirigir el Diario Vasco y poner el culo ora a la banda terrorista ora al delegado del Gobierno. Formó un equipo de retales e hizo las presentaciones. Cuando llegó a Antonio Papell dijo textual: «y Antonio Papell será el jefe de opinión. Es capaz de escribir  páginas sin decir nada». Y Antonio Papell ante lo que parecía un insulto se lo tomó como un elogio y sonrió e inclinó la cerviz como el lacayo adiestrado que era. Esa forma de actuar no es fácil y ha de producir por fuerza daños en el cerebro. Le he visto un par de veces en la televisión y es fiel a esa forma de actuar: tiene verborragia pero en resumidas cuentas, no dice nada. De ves en cuando, le chirrían las neuronas. Iván lleva razón.

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Miguel Larrea, que era muy tarugo y bastante mala persona, dijo que en las páginas editoriales siempre que se citara a ETA había que referirse como el «movimiento de liberación nacional vasco» y Antonio Papell puso la sonrisa que se le supone debajo del bigote y asintió. Tuve que intervenir protestando y diciendo que en Madrid con esas tonterías no se iban a comer un colín. Desembarcaron en el Ya una tropa que venían de El País y que comandaban los hermanos Baviano, Fueron un bluff. Quizás por los excesos en el uso de la cocaína que se encargaba de suministrarles su camello, Javier García. Eran gentuza. Nos reunieron una jornada en un hotel de Puerta de Hierro para aunar las «tres culturas», la de los vascos, la de El País y la de los antiguos del Ya, Una pérdida de tiempo yuppie. Al poco los de El País se pusieron a conspirar contra Miguel Larrea y éste contra ellos. Todo, menos trabajar.

Me vi en el diario cátolico Ya, que había dejado de ser católico bajo los vascos de Neguri, los Ybarra y los Bergareche, obligado a cosas tan delirantes como negarme a publicar una promoción de la píldora del día después. Hice una serie de reportajes sobre como aprovechaban el tiempo ancianos provectos, así conocí a Julián Marías, Antonio Buero Vallejo, que me tuvo toda la tarde y no me quería dejarme marchar, y a Rosa Chacel, encantadora y coqueta, entre otros. Aquel ambiente estaba viciado, no había profesionalidad, no había proyecto, y se imponía marcharse.

Larrea, el tarugo y bastante mala persona, hizo pareja con Rosa Villacastín, a la que encargue la crónica rosa y me montó aduciendo que la quería quitar de política. Luego ha hecho fortuna en el mundo del corazón, aunque perdió su oportunidad que sí aprovechó Ana Rosa Quintana, en un programa mano a mano que hacían los dos. Larrea y la cortesana en que ha devenido la Villacastín forman una pareja patética con mucho afán de protagonismo que nunca consiguen.

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A Antonio Papell le convendría ir a un buen psiquiatra pero lo malo es que se enrollaría mucho y no diría nada. Papell es así.