Enrique de Diego
Los políticos hablan mucho de las mafias implicadas en el tráfico de inmigrantes. Esas mafias responden a una demanda. Mucho peores son las mafias interiores dedicadas a ese tráfico: la de las onegés, los servicios sociales y los políticos, porque estos pretenden generar una demanda falsa, que han convertido en un gran negocio.
Cada inmigrante de los llamados refugiados, que ninguno lo es, porque no van a querer volver, y no son sirios, son de todas las sociedades musulmanas fracasadas, le cuesta al contribuyente alemán 2.000 euros mensuales. Una catástrofe, que ya pesa como una losa sobre la economía alemana ralentizada a la carrera.
Pero lo que es un desastre para el contribuyente, es un gran negocio para esas mafias interiores que ven incrementados exponencialmente sus clientes y aumentar sus presupuestos y el número de su personal. Mafias, metafóricamente, como Save the childrens. Ya vimos lo rentable que resultaba ser directivo de esa organización con el tren de vida chic del esposo de la asesinada Jo Cox.
Por ese negocio, la mafia interior de los servicios sociales alemanas hizo su efecto llamada y las onegés lo propagaron.
Nadie ha pedido que conviertan nuestras sociedades en eso que llaman multiculturales y de la multidiversidad para llevarnos a situaciones de conflicto. Sabíamos que era una mentira que nos iban a pagar las pensiones, cuando están ahora en el alero, con la hucha vacía, y que la inmigración subvencionada iba a hundir las economías nacionales (aunque iban a enriquecer a los rolleros buenistas con sus lucrativas mafias).
Las mafias exteriores ofrecen un servicio y reciben una contraprestación, abusiva; las mafias interiores no ofrecen más que destrucción, caos y conflicto.
Son muchas más peligrosas las mafias interiores, que es la que hay que centrar los esfuerzos para erradicarlas de raíz.