Enrique de Diego.
Cuando el 14 de febrero de 1974 me leyeron y medité la frase de San Josemaría Escrivá de Balaguer, «Toda una civilización se tambalea, impotente y sin resortes morales», me impactó poderosamente y ha marcado mi vida desde entonces. Forma parte de la «tercera campanada», un texto profético que se está cumpliendo al milímetro de una forma asombrosa, y que no es otra cosa que la crisis del mundo proyección de la vive en su seno la Iglesia, una general apostasía, un dominio completo de la herejía modernista que niega la Revelación y «a dónde iremos, sólo Tú tienes palabras de vida eterna». Sin Dios el hombre no es nada, pierde la razón.
No se podía atisbar que un simple y microscópico virus pusiera en evidencia todas las locuras y estupideces de la Humanidad, empezando por la forma de combatirlo, peor que en la Edad Media, confinando a las gentes en sus casas, persiguiendo con saña a los infractores y acarreando a la gente a los hospitales que son focos propagadores de la pandemia, o a esas morgues inmensas en que se han convertido los edificios esplendorosos, como Ifema, devenidos en hospitales de campaña, auténticas funerarias.
Una clase política de detritus, atrapada en sus ideologías cual nuevas religiones o en sus complejos o en su vanidad, acompañada de los perros guardianes, de los lacayos de librea, bajo todas las etiquetas, de los medios de comunicación, chapotea en su indigencia y queriendo controlarlo todo resulta que no controla nada y empeora todo, mientras la gente repite las consignas gastadas de «yo me quedo en casa» o «entre todos, lo vamos a ganar», que muestran una estupidez garrula y un entusiasmo mostrenco, digno de mejor causa. La clase política compite en echarse unos a otros el virus y resulta que la memez más grande, la mayor estúpida es la mosquita muerta de Isabel Díaz Ayuso denunciando que se le requisa el material sanitario en frontera, cuando resulta que no sabe dónde está, dos aeronaves, 23 millones de euros de material y que sugiere un timo en gran escala. Pedazo de estúpida. Con Ignacio PaniAguado tratando de sacar cabeza, que no tiene, y salir en las televisiones.
La bazofia de las televisiones todo el día mintiendo, vendiendo una realidad falseada, pues ya no distinguen la realidad. Ana Blanco como vestal eterna del régimen sempiterno de la mentira o Mamen Mendizábal salida de algún zoológico o el idiota de Risto Mejide que se cree que va llevar el material sanitario cuando está desbordado y pensando que se va a acabar el chollo, su chollo o Susanna Griso, tan modosita y tan manipuladora o Ana Rosa Quintana tan fatuamente prepotente. ¡Cuánta mierda soporta la gente que ya es una mierda de supervivientes! ¡Qué asco! ¡Qué gentuza! Y por el otro lado, un Federico Jiménez Losantos, un vulgar chorizo de Teruel, un mentiroso de Orihuela del Tremedal que no debería haber salido nunca de su pueblo, un trinconcete que chochea, pero que busca afanosamente el dinero, sin ninguna ética. Alfonso Rojo, medio borracho o completamente borracho. Pedro J Ramírez, el ególatra, degradado por tanto vicio y atrapado en sus mentiras y en sus vanidades. Julio Ariza, el peor de todos, estafador compulsivo, hipócrita consumado, que ha vendido la sana doctrina en un baratillo y engaña a la gente como peleles. Todos, pero todos se van a ir por el sumidero de la historia. Todos pidiendo dinero a gente que no lo va tener.
Ignacio Escolar, que ha hecho, frívolamente, todo para destruir esta sociedad, ahora pide dinero como un menestral. En las televisiones veo a los presentadores mostrando a los infractores. Y a Manuel Marlaska, especialista en sucesos, que necesitaría una buena terapia de desintoxicación. No va a haber dinero, no va a haber publicidad para mantener a tanto gañán, a tanto lameculos tirándose piedras sobre su propio tejado.
Porque la pandemia del humilde y asesino coronavirus, que no se sabe de dónde ha salido y quién lo ha soltado, va a ser nada con la miseria que se va a extender, con la administración de la mierda que se va a imponer, con el Gobierno, bajo el pánico y la histeria, con el presidente del Falcon, con esposa, madre y suegro infectados, pidiendo un plan Marshall, cuando Marshall ya no existe y nadie tiene el dinero salvo dándole a la maquinita y engañándose unos a otros con el cuerno de la abundancia, con las rentas mínimas generales, con el dinero que sale de unos contribuyentes ya arruinados, por el consejo de unos científicos que de nada saben.
Sí, «toda una civilización se tambalea, impotente y sin resortes morales». Hete aquí que por un sencillo y microscópico virus. ¿Merecemos sobrevivir? Es dudoso. Cuando todas las decisiones se toman mal, cuando la sanidad hace el ridículo en su megalomanía, cuando se encarga de propagar el virus, cuando tiene y organiza caldos de cultivo que empeoran el mal, bajo el pánico de una sociedad que tiene un miedo cerval a la muerte porque no cree en Dios, porque le ha vuelto la espalda, y ya ni es capaz de pensar, de razonar. Llamó a mi hermano, que vive en un pequeño pueblo segoviano, y ya ha llegado allí también el virus: «ha muerto el tío Jesús. Iba a diálisis al Hospital de Valladolid y le han infectado». Y de repente nuestros ancianos son vulnerables; esos para los que hemos, han, previsto la eutanasia.
Nuevas religiones que han demostrado ser supersticiones, el feminismo, la inmigración irrestricta, el multiculturalismo, el globalismo, el liberalismo, el marxismo cultural de detritus, todo ha sido puesto en solfa por un microcóspico virus, que no se sabe combatir, salvo a cañonazos alópatas.
Pero este no razonar es consecuencia de males muy profundos porque, vuelvo a citar a San Josemaría, «se escucha como un colosal non serviam! en la vida personal, en la vida familiar, en los ambientes de trabajo y en la vida pública. Las tres concupiscencias son como tres fuerzas gigantescas que han desencadenado un vértigo imponente de lujuria, de engreimiento orgulloso de la criatura en sus propias fuerzas y de afán de riquezas. Toda una civilización se tambalea, impotente y sin resortes morales».
Urge rezar, hacen falta, más que nunca almas de oración, contemplativas, rezar a todos horas -horas extraordinarias- pero no para que pare la pandemia, sino para que cese esta oleada de locura colectiva, de gentes que bajo el vértigo imponente de lujuria, de engreimiento orgulloso de la criatura y de afán de riquezas han perdido la costumbre de pensar, de razonar, se le han oscurecido las mentes y no distinguen el bien del mal.
Hay una romanza medieval de Peire Vidal según la cual cayó una lluvia que volvía locos a todos cuantos tocaba y resultó que sólo cogió en casa, a resguardo, a uno, que al salir a la calle se encontró a todos furiosos y enloquecidos y cuando intentó hacerles entrar en razón, entre todos le mataron. En la primera parte de la romanza, me siento comprendido. Así me siento yo. «Toda una civilización se tambalea, impotente y sin resortes morales». Gracias, Padre.