Enrique de Diego.
La derecha tiembla ante la nueva legislatura, que atisba como el final del régimen del 78, la ruptura de España e incluso una reedición de la revolución de octubre. Ha perdido por incomparecencia la batalla cultural y la mediática y cuando ha empezado a darla se encuentra con una legislatura inestable. La derecha se encuentra con malos mimbres para tejer no un cesto sino el arca de Noé.
El Partido Popular ha hecho una renovación a medias, con Pablo Casado que le regalaron los estudios y los másters. Vox enfrenta los nuevos y azarosos nuevos tiempos con Santiago Abascal, venido de ser amamantado en chiringuitos, aferrado a su nuevo papel de defensor de la monarquía, que tan mal le cuadra. Y Ciudadanos está por investir a la traidora Inés Arrimadas al frente de un partido, que visto más de cerca es una pandilla de amiguetes.
Pablo Casado, el hijo de José María Aznar, quien pactó con Jordi Pujol entregarle Cataluña, está lastrado por la corrupción de su partido y sueña con unir a la derecha en un proyecto común, España Suma, en el que tendrán que entrar Ciudadanos, Inés Arrimadas y Begoña Villacís, pero no Ignacio Aguado, y con el grave escollo de las peculiares finanzas de Ciudadanos. Inés Arrimadas está muerta y mal enterrada. Espera así frenar a Vox, que nunca se va a unir, porque alienta un espíritu de confrontación con el marxismo cultural y el globalismo, de los que considera, con razón, infectado al PP. Puede ser su gran oportunidad, pero puede llegar tarde a la última taberna, apostándolo todo al monarca.
Reina el desconcierto en la derecha y falta autoridad moral. En la política española como en tantas cosas, también en la Iglesia y en la sociedad sucede lo que lamentaba San Josemaría Escrivá de Balaguer: «y así, cuando el mundo ha necesitado una fuerte medicina, no ha habido poder moral capaz de parar esta fiebre, está organizada campaña de impudor y de violencia, que el marxismo explota tan hábilmente, para hundir aun más al hombre en la miseria».
La derecha ha perdido legitimidad, se ha dedicado a robar. La corrupción en el PP ha sido devastadora, capilar, ha afectado a todos los niveles, desde los ministerios al último concejal del pueblo más recóndito, sin pensar lo que se estaba en juego. Ciudadanos es una broma. Y a Vox le pierde su monarquismo, sus vivas al rey, porque la monarquía, objetivamente, lleva a la destrucción de España, a su balcanización.
Peor está la derecha mediática. En lo irrisorio Federico Jiménez Losantos, como un mal humorista, perdido en sus ensoñaciones. Pedro J Ramírez que no sabe dónde está, ni por dónde va el viento, pugnando por no zozobrar en la tormenta, mientras de ser el más progre de los progres. Julio Ariza con los restos del naufragio de Interecnomía, con una progrmación pésima y, en el terreno de las ideas, blasmefando como un idiota preguntado «Dios mío, qué te hemos hecho», endilgando a Dios los propios groseros pecados como el de frívolamente haber lanzado a la palestra al comunista del que ahora abomina y el que le produce un miedo atenazante, Pablo Iglesias. Un Antonio Jiménez sin fondo ni forma. Y un Eduardo Inda sin crédito, ni credibilidad, chico de los recados de las cloacas del Estado. Sólo mantiene el tipo Javier Algarra en El Distrito. Poca cosa para tarea tan ardua.
La derecha, las tres derechas no son un erial, pero lo parecen mucho.