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Un día con Laureano

Redacción




Pablo Barrón. Delegado de Rambla Libre en Galicia.

La Universidad Juan Carlos I decidió hacer un trabajo fin de curso dedicado al narcotráfico y sus derivados. Entre otros quisieron hablar Laureano Oubiña Piñeiro.

La consabida gestión de producción  que encabezó Hugo Palomar, unida a la actual relación que me une con el cambadéd, hizo fuese yo un testigo presencial de una jornada que tenia muchas incógnitas, pero tenia claros indicios de ser única.

Por eso decido contarlo y cumplir además  con mis seguidores que no conciben como todavía yo, nunca haya entrevistado a Laureano (algo que podrá suceder en cualquier momento).

El día empezó con mi llegada a Villagarcia y allí estaba el protagonista esperando, puntual como siempre. Nos dirigimos al lugar acordado para reunirnos con los futuros periodistas Hugo Palomar, María Aparicio y Daniel Arribas. El Hotel Pazo Rial, un lugar en el que Oubiña se siente como en casa. Mientras esperábamos a los jóvenes me habló del nivel de conocimiento que lo convertía en amistad con la familia propietaria.

A la hora acordada, aparecieron los alumnos de la Juan Carlos I. Puntuales, comenzaron las presentaciones ya que hasta ese momento, todo había sido telefónico. Enseguida empezamos a charlar entre nosotros del como se haría, y por supuesto Laureano estaba atento, para entender como iba a ser aquello que le habíamos preparado. Al final de los cafés los estudiantes se reconocieron nerviosos y gratamente sorprendidos por el recibimiento y el trato que estaban recibiendo, de alguien que, completaba portadas en este país llamado España cuando ellos no eran ni proyecto. No querían defraudar en el primer gran trabajo de su casi segura larga trayectoria periodística.

Había que empezar y se diseñaron tres localizaciones deseadas por los periodistas. La primera el puerto de Villagarcía. Allí comenzó su conversación, habló de sus primeros años, de sus primeros amigos y contestó  sin ningún reparo a los tres entrevistadores. Algún amigo pasó  a saludarle y luego el comentaba cual era su nivel de conocimiento.

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La segunda localización fue en la Isla de Villagarcía. Contó recuerdos de la época, de cada rincón, de cada cala, de cada roca en donde él con su gente gestaban la leyenda del Winston de Batea. La conversación aquí ya era intensa, la voz ya se intensificaba según de lo que estuviera hablando, ya se comenzó a ver ese Laureano que no se anda por las ramas caiga quien caiga. Por cierto, la Isla estaba con unas temperaturas veraniegas que hacía que una de sus playas estuviera con afortunados tomando el sol, todos sin excepción rompieron su rutina y observaron desde una distancia prudencial como Laureano le hablaba a una cámara  y tres chavales. Ninguno preguntó  para dónde  era aquello.
Lo extenso de las respuestas y algún que otro problema técnico hizo que se sobrepasara con creces la hora normal de comer, había que parar y quedaba lo mejor.
A tiro fijo en la Isla enseguida encontramos un sitio de referencia para degustar pulpo, que entre otras cosas, era lo que más  les apetecía a los estudiantes y había que complacerlos (una pena que lo que allí contó no esté grabado). Al entrar, el primero de seis que éramos, saludó  y enseguida nos encontraron acomodo, sin biombos ni censuras. Ya había más confianza y es aquí donde empezó a contar experiencias aún no escritas. La salida fue como la entrada pero al revés, primero los chavales y de últimos ambos. No pude evitar preguntarle por una circunstancia que a mi me llamó  poderosamente la atención, el silencio sepulcral al entrar de todos los presentes en el mesón y como bajaron la cabeza al salir, eso sí, dejándole pasillo sin estorbo. No me contestó, no pude saber lo que piensa de esa reacción. Lo que sí me dijo es que los conocía a todos, y que con algunos había compartido horas de juventud, remando en las gamelas para no sé muy bien qué motivo, aunque eso no era importante. No insistí y me quedé  con la sensación de que Laureano Oubiña estaba decepcionado con algunos de aquellos que en su día consideró  sus amigos.
Llegó  el momento, había que ir al Pazo Bayon. Él eligió la situación, un lugar en alto la explanada de una fábrica en dónde se aprecia la majestuosa propiedad que un día fue su gran inversión  y a la vez su desgracia.
El momento tenía que llegar, las emociones se hicieron presentes en la voz y el rostro de Laureano. Le costó  mucho ser políticamente correcto para la cámara. Narró su verdad como la cuenta en el libro, y cada vez estaba más emocionado, recordó cada palmo de esa propiedad que le quitaron, nos contó su plan de negocio en Bayon, que nunca fue para vivir. Aumentó  el tono y las gesticulaciones, elevando la charla a unos términos que era imposible no emocionarse.
También aquí se acercaron vecinos observando, otros se acercaron más  y uno incluso le dijo que él sí sabía quién era, con el tono de haber hecho un gran descubrimiento. Era ya el final, el calor y las emociones pasaban factura a todos los presentes. Es la primera vez que el que escribe vio a Laureano Oubiña Piñeiro, emocionado, costándole mucho ser políticamente correcto.
Se terminó  el día. En coche hicimos todo el diámetro del Pazo y casi cada piedra tenía  una historia que él conoce como nadie. Tras las cervezas lo dejamos marchar con su compañera de vida, siempre presente. Ahora vive contando su historia en un libro, que no será el último: «Toda la Verdad«. Y por si fuera poco hay lugares en los que no le dejan participar. Sólo  se pregunta en alto ¿Qué más  tiene que pagar? Seguro estoy y mis lectores también lo deben de estar que se avecinan sorpresas.