Javier García Isac. Director de Radio Ya.
Que la Unión Europea y sus instituciones nos odian, es un hecho palpable, constatable, una realidad indiscutible que no ofrece duda alguna. Que nos ningunean y nos desprecian, no cabe discusión. No se trata de una percepción subjetiva o de una creencia que yo pueda tener, hablaríamos de una realidad objetiva avalada por hechos y resoluciones que desde Bruselas, o Estrasburgo nos imponen y que nosotros tratamos de justificar y aceptar con argumentos pueriles que hacen que todavía me avergüence mas de todos los actores involucrados, sobre todo de las autoridades españolas.
Lejos, muy lejos queda ya la argumentación de que con el Brexit recuperaríamos la soberanía de Gibraltar. Ni el Reino Unido tiene intención alguna de devolvernos el peñón, y lo que es peor, el estado español no tiene intención alguna de reclamárselo. Lejos, muy lejos queda la excusa de que la unidad de España estaría garantizada, gracias a nuestros socios fiables europeos como Alemania y Bélgica, países cuya justicia ampara y protege a los golpistas contra España y les da cobijo y cobertura mediática. Lejos, muy lejos quedan ya las sentencias de tribunales extranjeros que ponían en libertad de forma anticipada a criminales, asesinos y violadores, y lejos, muy lejos, las promesas de los políticos españoles diciéndonos que los asesinos, criminales y violadores se pudrirían en la cárcel y cerca, muy cerca, nos queda el último despropósito del Tribunal de Derechos “Inhumanos” de Estrasburgo que sentencia que el tribunal que condeno por terrorismo a Otegui no fue imparcial.
Arnaldo Otegui, el autodenominado Nelson Mandela blanco, el hombre de paz, como así lo califican muchos dirigentes socialistas, a pesar de tener algún que otro compañero asesinado por la banda terrorista a la que pertenecía Otegui. El de los selfie por las calles de Barcelona con niños y mayores, con hombres y mujeres, olvidando los crímenes de ETA en Cataluña, olvidando los atentados de Hipercor y tantos otros que tantas vidas costaros a buenos catalanes, a buenos españoles. Que vaga es la memoria y que indignos todos aquellos que nos hablan de recuperar sucesos de hace más de 80 años, y nos exigen borrar nuestra memoria más inmediata. Es cierto que veo en Otegui muchas similitudes con Nelson Mandela, sobre todo con el Nelson Mandela asesino y criminal, el de antes de entrar en prisión, aquel que fue condenado a cadena perpetua por asesinar a dos policías negros utilizando el método del collar, ya saben, el método de ponerte un neumático en llamas en el cuello para prenderte fuego y quemarte vivo. El Nelson Mandela perteneciente al partido comunista y militante de organizaciones terroristas. El Nelson Mandela que nada tenía que ver con aquel que salió de la cárcel rehabilitado y renegando de su pasado y de su mujer, la tenebrosa Winnie Mandela de la que se separo nada más salir de prisión, pues esta seguía firme en los métodos y en sus convicciones ideológicas.
Otegui debe aclararnos cuál es el Nelson Mandela con el que se siente identificado, aquel al que admira. Aunque la trayectoria de Arnaldo no deja lugar a dudas, entre otras cosas, porque Mandela, después de su paso por prisión, lucho siempre por un país unido y fuerte, por encima de divisiones étnicas y culturales, aunque para serles sincero, con pocos resultados efectivos.
La clase política españolas, las autoridades que nos representan, asumen con “dignidad” lo indigno de todo esto, dan por buenas resoluciones, sentencias y castigos que se nos imponen, desde fuera en una clara dejadez de funciones, en una clara desfachatez y en una constatable traición hacia los intereses generales de los españoles, porque como decía aquel valiente marinero, ejemplo de muchos, el gran Camilo Menéndez Vives, “por encima de la disciplina esta el honor”. Un honor que España como nación y como pueblo, hace mucho que perdió y por lo que parece y según todos los indicativos, no tiene ninguna intención en recuperar. La cesión de soberanía en todos los ámbitos, la cobardía generalizada y la asunción sin quejas de todo lo que se nos impone, hace que desprecie profundamente a esta Europa y a todos aquellos que con su silencio cómplice participan del penúltimo insulto recibido.