Enrique de Diego.
Tengo horas de vuelo y acumulada experiencia. No puedo por menos que lamentar la infinita degradación moral que ha padecido de manera galopante la abogacía en España, en paralelo al pudridero de la Magistratura y la Fiscalía. Los abogados de oficio, por de pronto, han devenido en una ficción. Participan en un teatro mediante el que acuchillan a sus defendidos siguiendo fielmente los criterios de la Fiscalía, siempre dispuestos a conformidades lesivas y manipuladoras. Una pandilla de canallas que no merecen ser tenidos por abogados. Puede haber excepciones, pero no las conozco, y, la verdad, no creo que las haya.
El resto se dedica sistemáticamente a hundir a sus defendidos, porque les resulta mejor negocio que pierdan, y paguen o vayan a la cárcel, porque luego hay un íter litigante de recursos y apelaciones, a través del cual siguen cobrando. Calculan cuanto está dispuesto a pagar el cliente, normalmente desesperado, y le sacan hasta el último euro, mientras le encierran entre rejas. Una pandilla de amorales, degenerados, indignos.
En medio de toda esta basura, tengo a José María Bueno como el mejor abogado de España, porque tiene pericia y honradez, conocimientos, coraje y honestidad. Un abogado que no es honrado no es abogado. José María Bueno tiene un sentido ético de su profesión, que entiendo heredado de su padre; un linaje que obliga. Sus clientes nunca van a la cárcel, porque pelea por ellos hasta la extenuación y no se pliega a ningún juez ni a ningún fiscal, sino que da cada batalla hasta el final. Si no fuera honrado, no sería abogado y tampoco sería mi amigo. Es decir, la amistad no nubla mi juicio, sino que es corolario.
Hay unos pocos abogados buenos y honrados en España, pero no los conozco, como lo conozco a él y he ido comprobando y viendo su capacidad y su entrega, que le obliga a cuidar más su presión arterial. Ahora es abogado de Miguel Bernad, secretario general de Manos Limpias, y ya he sacado de todas las trampas saduceas en las que le había metido su anterior letrado, traidor consumado.
A José María Bueno no le visto, hasta ahora, perder nada. El secreto: trabajo, cabeza y honradez.