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San Fernando III, el guerrero providencial

Redacción




San Fernando. /Foto: aciprensa.com.

Enrique de Diego.

Fue canonizado el 7 de febrero de 1.671 por el Papa Clemente X. Lo de santo no es un apodo. Un ejemplo para los cristianos que pueden acudir a su intercesión. Es un guerrero providencial, que unifica los reinos de Castilla y León y conquista los de Murcia, Jaén, Córdoba, Sevilla y lo que restaba de recuperar de Badajoz. Un reino lleno de frutos. Una tarea ingente y unos logros impresionantes.

Vino al mundo el gran rey Fernando en una hospedería en Peleas de Arriba, entre Salamanca y Zamora, hijo de Berenguela, reina de Castilla, y Alfonso IX, rey de León. En un mundo convulso, en medio de enconados conflictos. Berenguela, la madre, era hija de Alfonso VIII de Castilla y Leonor de Plantagenet. Alfonso VIII es el vencedor de la gran batalla de Las Navas de Tolosa, pero el aprovechamiento del éxito no fue posible de manera inmediata porque Castilla entró en convulsión. El gran príncipe Fernando muere antes de Las Navas y Enrique sólo reina entre 1.214 y 1.217. La poderosa casa de los Lara desata la estéril guerra civil.

Además, el matrimonio del leonés con Berenguela es declarado nulo por el Papa Inocencio III, un Pontífice al que no le temblaba el pulso. Alfonso era tío carnal de Berenguela y se anula el enlace por consanguinidad. Berenguela se marcha a Castilla. Todo puede venirse al traste. Fernando está entre las tensiones de unos y otros.

Pronto demuestra ser persona de carácter y clara visión. Se escapa de la corte de León para ser proclamado rey de Castilla. Lo será de 1.217 a 1.252. Una larga etapa de bienes y venturas. Cuenta a su lado, como canciller, con uno de los grandes de nuestra historia, don Rodrigo Ximénez de Rada, arzobispo de Toledo. Se casa con una gran mujer, Beatriz de Suabia, a la que don Rodrigo, poco dado a los epítetos, en su magna obra “Hechos de España”, califica como “optima, pulchra, sapiens et púdica” (buenísima, bella, sabia y modesta).

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En 1.218 derrota a la casa de Lara y pone fin a sus intrigas. En 1.230 asume la corona de León, avanzando en el ideal gótico de recuperar la unidad de España, rota por la invasión sarracena.

El imperio almohade, vencido en Las Navas, está en descomposición y han surgido las terceras taifas.

La expulsión del invasor no es sólo un proyecto de la Corona, sino un anhelo de todo el reino. Bajo esa pulsión han nacido y crecido dos grandes órdenes militares que servirán con mucha eficacia a San Fernando: Santiago y Calatrava. Santiaguista y calatravos estarán en primera línea en las grandes empresas del rey santo. Pero también las huestes del obispo de Toledo y las milicias concejiles toman la iniciativa sin esperar órdenes.

Así, el segoviano Domingo Muñoz toma los arrabales de Córdoba y llama al rey, que acude en ayuda. Almogávares y abulenses hacen lo propio en algara en Sevilla, asediada por la flota castellana comandada por Ramón de Bonifaz, que hará también incursiones en África. No hay mezcolanza racial, ni de ningún tipo. Las capitulaciones de Sevilla, por ejemplo, establecen plazo de tres días para que los musulmanes abandonen la ciudad. Sevilla queda desierta. Será repoblada íntegramente por gallegos.

Un guerrero providencial al que Dios llenó de dones. Amante de la cultura, benefactor de trovadores y juglares, transmitió ese acervo a su hijo Alfonso X, el Sabio, el de las Cantigas.

San Fernando todo lo hizo bien. Una referencia moral para estos tiempos confusos.