En un chalé aislado en la zona rural de Oviedo, la Policía Local destapó el pasado 29 de abril una escena que ha extraña: tres menores, de 8 y 10 años, vivían encerrados desde 2021 en condiciones inhumanas, rodeados de excrementos, basura y medicamentos, sin escolarizar y con mascarillas triples cubriendo sus rostros. Sus padres, un alemán de 53 años y una mujer con doble nacionalidad germano-estadounidense de 48, han sido enviados a prisión provisional sin fianza, acusados de abandono, maltrato psicológico y posible detención ilegal. Pero detrás de esta “casa de los horrores” hay una sombra más grande: el pánico desmedido al COVID-19, alimentado por medidas draconianas y una campaña mediática que sembró terror en la sociedad.
El Miedo que Encarceló a una Familia
La investigación apunta a que el encierro comenzó en diciembre de 2021, en plena sexta ola de la pandemia. Los padres, obsesionados con evitar el virus, decidieron aislarse por completo. No solo ellos, sino también sus hijos, fueron condenados a una prisión autoimpuesta. Los niños, que dormían en cunas a pesar de su edad y usaban pañales, no conocían el mundo exterior. Uno de ellos, al ser rescatado, tocó la hierba del jardín con asombro, como si nunca hubiera sentido la naturaleza.
Este caso extremo no surge de la nada. Durante la plandemia, el miedo al COVID fue amplificado hasta niveles irracionales. Los medios de comunicación, con titulares sensacionalistas y cobertura constante de casos y muertes, convirtieron al virus en un monstruo omnipresente. Cada día, los ciudadanos eran bombardeados con mensajes de peligro inminente, mientras las autoridades imponían restricciones que, en muchos casos, rozaban lo absurdo. El mensaje era claro: o cumples, o pagas.
Multas y Control: El Precio de la Desobediencia
Las medidas COVID en España, especialmente durante los estados de alarma de 2020 y 2021, fueron de las más estrictas de Europa. El Real Decreto del 14 de marzo de 2020 limitaba los movimientos a actividades esenciales, y salir de casa sin justificación era una infracción administrativa bajo la Ley de Seguridad Ciudadana, conocida como “Ley Mordaza”. Las multas por desobediencia podían oscilar entre 601 y 30.000 euros, y en Madrid, durante el estado de alarma de octubre de 2020, se tramitaron 184.178 propuestas de sanción.
Estas sanciones no solo castigaban, sino que infundían miedo. La amenaza de una multa, o incluso de un proceso penal por desobediencia grave (con penas de hasta un año de prisión), convirtió a los ciudadanos en vigilantes de sus propios vecinos. Denuncias anónimas por saltarse el confinamiento se dispararon, alimentadas por un clima de paranoia donde el virus era el enemigo y el incumplimiento, un delito moral.
En Oviedo, el matrimonio alemán llevó este miedo al extremo. Su obsesión por las mascarillas (los niños llevaban tres superpuestas) y el acopio masivo de medicamentos, muchos comprados por internet para un supuesto tratamiento de TDA no diagnosticado, reflejan una mente atrapada en el pánico. Pero, ¿quién alimentó ese pánico? Los medios, con su narrativa catastrofista, y las autoridades, con su régimen de control, crearon un caldo de cultivo donde la razón se desvanecía.
Los Medios: Arquitectos del Terror
No se puede ignorar el papel de los medios de comunicación en esta tragedia. Durante la pandemia, los titulares no daban tregua: “Récord de contagios”, “Colapso en las UCIs”, “El virus que no perdona”. Cada noticia era un martillo golpeando la psique colectiva. La cobertura no se limitaba a informar; buscaba impactar, mantener a la audiencia pegada a la pantalla, alimentando un ciclo de ansiedad. En las redes sociales, vídeos de personas “saltándose” el confinamiento eran compartidos con indignación, mientras los presentadores de televisión repetían como un mantra: “Quédate en casa”.
Este bombardeo tuvo consecuencias. Familias como la de Oviedo, ya predispuestas a la desconfianza o con problemas subyacentes, interiorizaron el mensaje de que el mundo exterior era una amenaza mortal. La madre, según el atestado policial, justificaba el encierro por supuestas “graves patologías” de los niños, aunque no presentó pruebas médicas recientes. Su negativa a escolarizarlos, incluso en Alemania, y su huida a España sugieren una mentalidad paranoica, pero también una sociedad que normalizó el aislamiento como virtud.
Una Sociedad Bajo Presión
El caso de Oviedo no es solo la historia de unos padres desquiciados; es el reflejo de una sociedad que, bajo la presión de medidas coercitivas y un relato mediático apocalíptico, perdió el equilibrio. Las multas por incumplir el confinamiento no solo buscaban proteger la salud pública, sino que también enviaban un mensaje: el Estado decide, y tú obedeces. Esta dinámica de control, combinada con el miedo inyectado por los medios, creó un terreno fértil para tragedias como esta.
Los niños rescatados, ahora bajo la tutela del Principado de Asturias, enfrentan un largo camino de recuperación. Sufren raquitismo, problemas de movilidad y un profundo miedo al mundo exterior. Uno de ellos se niega a quitarse la mascarilla, convencido de que enfermará. Este es el legado del pánico: no solo vidas interrumpidas, sino infancias robadas.
Un Llamado a la Reflexión
La “casa de los horrores” de Oviedo debe ser un punto de inflexión. Es hora de cuestionar el coste humano de las políticas de control y el papel de los medios en la amplificación del miedo. Las medidas COVID, con sus multas y restricciones, no solo limitaron libertades; en casos extremos, como este, alimentaron delirios que destrozaron vidas. Los responsables no son solo los padres que encerraron a sus hijos, sino también un sistema que convirtió el miedo en una herramienta de dominio.
Nunca más debemos permitir que el pánico dicte nuestras vidas. Por los tres niños de Oviedo, y por todos nosotros, es hora de aprender de esta pesadilla y exigir un futuro donde la razón prevalezca sobre el terror.