Virginia Montes.
El globalista Friedrich Metz (CDU), -multimillonario en el sector privado cuando fue delegado del epicentro del mal, Blackrock- obtiene una victoria pírica -el 28,6% según proyecciones, a la espera de resultados definitivos- que le obliga a gobernar en coalición con los socialdemócratas, que sufren un gran batacazo (16%, perdiendo casi 10 puntos) y Los Verdes (13,55), que, participantes de la coalición semáforo, no resultan castigados.
El punto común del globalismo, el adoctrinamiento de los medios de defecación, las redes clientelares de las estructuras partidarias y la necesidad de subvenciones para llegar a fin de mes, hace «lógicos» los resultados y posible que la coalición de gobierno se produzca cuanto antes, como ha pedido el histrión de Metz.
Pero no podrá tener un programa común viable. Los dos problemas acuciantes que tiene Alemania son la crisis de su industria, que pierde competitividad a chorros, por un conjunto de suicidas decisiones de sus políticos (cierre de las nucleares, apuesta por las energía solar y eólica, dependencia del gas licuado norteamericano…) y un gravísimo problema de inmigración islámica con grave deterioro de la seguridad: acuchillamientos, atropellos masivos, violaciones, robos por asilados que paga el Estado.
En ambos casos, Friedrich Metz, que ha hecho una campaña más próxima a Alternativa para Alemania, con presentación de dos mociones, que han contado con el apoyo de AfD, sin ninguna transcendencia pública, pero con amago de flexibilizar el «cordón sanitario», sin embargo Metz se ha comprometido a mantenerlo. Socialdemócratas y Verdes apuestan por el multiculturalismo.
En la política energética, los Verdes se sienten cómodos con el status quo y no van a ceder, igual que los socialdemócratas. La crisis está servida y se va a profundizar. Alemania ha dejado de ser una potencia industrial de primer orden y el abismo se abre bajo sus pies. Metz, que se mostró triunfalista en la noche electoral, no hizo bien los cálculos: Alemania queda ingobernable.