Virginia Montes.
De todos los escenarios posibles que se plantearon para estas elecciones estadounidenses, el último que se barajó fue que el voto amish fuera a ser determinante para la victoria republicana.
Donald Trump ha arrasado en todas partes –ciudades y zonas rurales– y entre todo tipo de electorado –mujeres, hombres, latinos, mayores y jóvenes–. Sin embargo, el perfil de votante que no se tuvo en cuenta en las miles de encuestas publicadas en los últimos meses fue el de esta comunidad ultrarreligiosa afincada especialmente en Ohio y Pensilvania, uno de los estados clave en estos comicios. No prestarles atención le ha salido caro a los demócratas. El resultado ha sido, con más de un 95% escrutado, un 59% de votos para Donald Trump en el condado de Lancaster; un porcentaje clave que otorgó al candidato los 19 electores indispensables para su victoria. La participación de los amish en política suele ser escasa.
Según datos del Elizabethtown College, solo uno de cada cinco de estos religiosos residentes en el condado de Lancaster se registra para votar. Viven apartados del mundo moderno, reniegan de la tecnología y basan su día a día en cumplir estrictamente los versículos de la Biblia ¿Qué les ha llevado a salir a votar a mansalva en 2024? Dos fenómenos paralelos provocaron su participación las urnas. Por un lado, las restricciones medioambientales que se han llevado por delante la granja de Amos Miller, un agricultor y ganadero de Lancaster que vendía productos lácteos sin pasteurizar. Por otro, el activismo constante del excéntrico republicano Scott Ryan Presler, que se dedicó a ir puerta por puerta del condado para convencerles.
Las restricciones alimenticias sobre Miller –al que le han prohibido vender leche cruda– fueron impulsadas bajo el mandato de Joe Biden a nivel nacional y Josh Shapiro a nivel estatal, ambos del partido socioliberal estadoundiese. Esta coincidencia lanzó, aunque sin quererlo, un mensaje contundente a los amish de Pensilvania: los demócratas son el enemigo y no respetan tus gustos culinarios y religiosos. Desde entonces, Make Milk Raw Again! (en sintonía con la coletilla de Donald Trump) se convirtió en su lema.
Y el resultado salió incluso mejor de lo que esperaban. ¿Quién es Amos Miller? Para entender cómo una granja amish ha sido tan determinante en los resultados electorales hay que viajar unos meses atrás. El punto de partida de esta historia empezó en enero. De aquella, el periódico local de Pensilvania publicó lo siguiente: «Las autoridades registran la granja de Lancaster al conocer que su ponche de huevo contaminó a niños». Efectivamente, era la granja del famoso Amos Miller, un viejo conocido del Departamento de Agricultura de Estados Unidos. En esta ocasión, lo que propició el rastreo de su granja fue que varios menores de edad se contaminaron con la bacteria E. coli por consumir sus productos. No obstante, a Miller ya se le había investigado anteriormente por relacionarle con un brote de Listeria en 2016.
De aquella, y después de dos batallas legales con el Servicio de Inspección y Seguridad Alimentaria, la granja del religioso fue demandada por el Departamento de Justicia estadounidense. Fue entonces cuando las autoridades descubrieron que no solo había puesto en riesgo la salud de sus compradores, sino que, además, no contaba con ningún tipo de permiso alimenticio del Departamento de Agricultura.
En su defensa, Miller alegó que no podía cumplir los requisitos alimenticios por motivos religiosos; de hecho, en su página web puede leerse que «la misión de nuestros agricultores es proporcionar alimentos ricos en nutrientes, libres de químicos y crueldad animal, cultivados de acuerdo con la Ley de Dios». Lejos de resultar fructífera, esta estrategia argumental escandalizó a la justicia.
El estado de Pensilvania permite la producción leche cruda siempre y cuando sea únicamente para consumo personal. El problema es que Miller, sin avisar debidamente a las autoridades, se dedicaba a vender sus productos sin pasteurizar sin miramientos. El culebrón acabó con el juez Sponaugle prohibiéndole tajantemente la producción de leche cruda y con miles de amantes de sus productos muy, muy enfadados.
Gran parte de la clientela de Miller pertenecía a la comunidad amish. La decisión del juez no solo cabreó al granjero, sino a todos los consumidores habituales de leche cruda del condado. El hartazgo por las políticas progresistas entronca directamente con su estilo de vida conservador. Si hay algo que tienen en común con los republicanos es el rechazo al movimiento woke asociado al partido demócrata. La tendencia antigubernamental del partido rojo va en la misma línea que el modo de vida simplista y tradicional de los ultrarreligiosos.
Su interés exponencial en política se recoge, también, en la web Amish PAC, creada en 2016 para animar a la población a posicionarse políticamente. En esta página online puede leerse que «cuando los amish votan, votan por derechos individuales, derechos religiosos y menos regulación gubernamental en sus granjas y negocios». El perfil antirregulación encaja a la perfección con el sentir republicano. De hecho, en el anterior mandato de Donald Trump, llegó incluso a producirse una reunión entre el mandatario y algunos miembros de la comunidad.
El acercamiento entre republicanos y amish no se hizo en secreto, por debajo de la mesa o a espaldas del resto de la nación; simplemente, nadie consideró que esta nueva alianza pudiera suponer una amenaza real en el conteo de votos para elegir al presidente de la nación. En Pensilvania residen 92.000 amish que, en relación a la población total del país, es una cifra minúscula. Siendo un porcentaje tan minoritario, no es disparatado pensar que demócratas hiciesen caso omiso.
Porque sí, los azules son el partido de las minorías… pero centraron sus esfuerzos en otros colectivos que les asegurarían el voto. La diferencia con estos comicios ha sido la percepción de Pensilvania como swing state. A toro pasado, se puede presuponer que los demócratas optaron por atraer a otro tipo de elector del estado –residentes de ciudades– con la esperanza de que fuesen suficientes para inclinar la balanza al lado azul. No contaron, parece, con el pequeño gran poder que albergaba el condado de Lancaster.
«[Los republicanos] se interesan por ellos porque, tradicionalmente, adoptan posturas políticas conservadoras» y consideran que este partido es «menos proclive a intervenir en su modo de vida y sus negocios», señaló el director del Centro Rural de Pensilvania, Kyle Kopko, a la agencia de noticias francesa AFP.
A todo esto hay que sumarle la participación activa de republicanos como Scott Ryan Presler. Presler lidera la campaña Early Vote Action, dedicada a animar a diferentes sectores de la población a animarse a votar. Para conocer un poco más sobre él, es tan sencillo como acceder a su cuenta de Instagram: «Registro a votantes en gasolineras a lo largo del país», explica. Así lo ha hecho durante la campaña de 2024 especialmente en Pensilvania. Durante los últimos meses, Presler ha compartido en sus redes cómo viajaba al estado para registrar en el sistema de votación a la comunidad amish. Llegó, incluso, a publicar un tuit dirigiéndose a Donald Trump. En él, explicaba al por entonces candidato que los demócratas estaban en guerra contra los granjeros, la leche cruda y los amish.
Le animó a ser entrevistado en medios locales para acercarse a esta comunidad y aseguró que uno de sus miembros le había dicho que tenía muchas ganas de que visitase Lancaster. La estrategia dio sus frutos y los religiosos salieron a votar. Al menos lo suficiente como para pintar Pensilvania de rojo. Nunca subestimen el poder de un granjero enfadado. El resultado ha sido, con más de un 95% escrutado, un 59% de votos para Donald Trump en el condado de Lancaster; un porcentaje clave que otorgó al candidato los 19 electores indispensables para su victoria.