Virginia Montes.
Los ejecutivos de las farmacéuticas están con agustia máxima por el control de la salud pública de Robert F Kennedy. Han mantenido una reunión todos ellos. No se descarta un atentado.
Sus terminales en España también están de los nervios, como César Carballo y todo el qquipo qie vive instlado en el Hospital de La Paz y los que gestionar la llamada vacuna española.
Los 50 millones de dólares donados por Bill Gates a la campaña de Kamala Harris no han impedido el triunfo de Donald Trump y con el de Robert F Kennedy.
Ahora, Kennedy, un declarado escéptico de las vacunas, está en posición de tener una influencia significativa sobre una amplia gama de políticas. La arrolladora victoria electoral de Trump, con Kennedy a su lado, es —a ojos de sus simpatizantes— no solo un mandato, sino también un repudio a las élites de la salud pública que durante tanto tiempo han mantenido a Kennedy a raya.
El presidente electo ha indicado que Kennedy desempeñará un papel en su nueva administración y recientemente dijo que dejaría que Kennedy “se descocara en materia de salud”.
La visión del mundo de Kennedy se plasma en dos de sus estribillos más frecuentes: “No hay nada más rentable para gran parte del sistema de salud que un niño enfermo” y “Las agencias de salud pública se han convertido en títeres de las industrias que se supone que deben regular”.
Ahora que los republicanos controlarán el Senado, Kennedy podría, en teoría, obtener la confirmación para cualquiera de los altos cargos sanitarios: secretario de Salud y Servicios Humanos, comisionado de la Administración de Alimentos y Medicamentos (FDA, por su sigla en inglés) o director de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC, por su sigla en inglés).