Enrique de Diego.
Iñigo Errejón es, mutans mutandis, el Diddy español. Como él, vive una doble moral, se considera impune, como él es de izquierdas y feminista mientras comete todo tipo de abusos basados en la dominación y el poder, El pobre Iñigo Errejón -quizás la comparación con Diddy le quede grande- es una escoria que dimite con la jerga de su secta diciendo que ha tenido un comportamiento «tóxico y heteropàtriarcal». Lo que ha tenido es una conducta de politoxicómano y de presunto delincuente sexual, usando a las mujeres como medio y no como fin. Resulta patético que les preguntara «Quién soy yo». Pura escoria, verduras de las eras manriqueñas. Nada y menos nada.
Pero elevemos a categoría la historia, por encima de la hipocresía supina del personaje y de esa pocilga podemita de Más Madrid que calla rodeando al pobre Iñigo Errejón de un manto de silencio cómplice. ¡Hay que cerrar inmediatamente las Facultades de Políticas y de todas las llamadas de Ciencias Sociales, no existe tal cosa, es mentira que existan tal cosa como las Ciencias Sociales, no funcionan con el método científico prueba-error!
Iñigo Errejón, alias Mihouse, es un producto de la Facultad de Políticas de la Universidad Complutense, un hantro de drogadcción, donde ha dado clases un ser depravado como él, no ha tenido ninguna responsabilidad, ninguna ejemplaridad, ninguna autodisciplina. Con ese trío deleznable de Pablo Iglesias y Juan Carlos Monedero fundó, el chavismo como financiador, Podemos, un invento del sistema para perpetuarse y un invento de los tres para buscar acomodo en el Presupuesto de los descolocados egresados de las facultades de las pésimamente llamadas ciencias sociales.
Lo primero que llama la atención al entrar en Políticas de la Complutense es el insoportable tufo a marihuana, y una sospecha que es la inciación a la cocaína, de la que nuestro pobre hombre es adicto, es esclavo. De ahí salen licenciados sin encaje en el mercado. Nadie necesita un politólogo de urgencia, mientras sí necesita un cerrajero, un fontanero o un electricista. Son manos muertas que, sin embargo, son capaces de asumir un discurso destructivo para complicar la vida a los verdaderamente productivos. El discurso woke, con su petulancia estúpida, con la destrucción del lenguaje para acabar con el orden natural de las cosas. Irene Montero es un paradigma de la estupidez woke, hasta hundirse en la arrogante defensa de la pedofilia.
Hay que acabar con estos paráistos y sus cuevas de latrocinio. Pero hay que acabar inmediatamente.