Javier de la Calle.
Los mismos que se quejan de la dureza de su trabajo, son los primeros en repetir que desean la llegada de las vacaciones para poder viajar. Una afirmación que denota el odio por su propia vida, enmascarada bajo el término «desconexión». El turismo no constituye un acto de desconexión, sino todo lo contrario. Los españolitos que apenas pueden costearse un modesto alquiler, ahorran para sufragar unos días que rellenen sus álbumes, ahora en forma de publicación en Instagram.
España es uno de los países más ricos en cuanto a patrimonio cultural y natural, pero estos nuevos exégetas de la pedantería necesitan cruzar la frontera para sentirse superiores. Una actitud que descubre su ignorancia, ya que en lugar de conocer lo que es cercano a ellos y fomentar la economía nacional, cogen un avión sin mayor idea.
Superados los controles de los aeropuertos, sin con suerte no han perdido una maleta por la que han tenido que facturar, el objetivo es estar en cuantos más sitios en el menor tiempo posible. Más que descanso, una paliza para vanidosos. Viajar implica conocimiento, pero estos fatuos no se documentan lo más mínimo, ni tienen interés por descubrir más que lo superficial.
No es el único tipo de turismo que ha mutado entre los españoles. El sol y playa es un fenómeno relativamente reciente, que se inició en los años finales del franquismo. Basta recordar los veraneos de la aristocracia en la Cornisa Cantábrica en busca de una temperatura más benévola. Los hoteles hacen caja con una modalidad antiguamente reservada a alemanes y británicos, en la que sirven comida y bebida de baja calidad sin límite. El turismo rural envuelve el consumo prolongado de alcohol en casas rurales, y no el contacto con la naturaleza.
Viajar es un indicador social. Y en la sociedad gregaria, las redes sociales lo son todo. El fin no es ver monumentos, es poder compartir cuantas más imágenes mejor. La fatuidad y la ignorancia llevada al extremo. Estos millones de compatriotas tan preocupados por conocer mundo, no tocan un libro ni conocen la historia de sus raíces. Qué duros deben ser los otros 350 días de su año. ¡Todo sea por un Me Gusta!