6. ¿Ayudar a vivir o ayudar a morir? ¡He aquí un testimonio que probablemente no será transmitido por televisión!
Rosa, mujer italiana, sufrió mucho durante su vida. Se casó con un hombre adicto a las drogas y tuvieron a Leonardo que padecía una afección cardíaca que requiería cuidados intensivos. La pareja se separó. Rosa conoció entonces a Federico, padre de tres hijos y comenzó con él una nueva vida. Cuida a estos niños como su verdadera madre. Concibió otro hijo, una pequeña que nació gravemente enferma y murió al poco tiempo.
Familiarizada con el sufrimiento, Rosa demostraba poco lo destrozada que se encontraba por la pérdida de su hijita. Luego concibió otro hijo, pero esto sólo reactivó su dolor. No pudiendo superar más pruebas, decidió firmemente abortar. Para ella era irrevocable, aunque Federico quería quedarse con el niño.
Rosa, habitualmente tan amable, comenzó a hablar muy duramente con una de mis amigas, Chiara, quien la acompañaba desde hacía tiempo con todo su cariño, ayudándola material y espiritualmente. ¡Era inútil! Rosa permanecía sorda a cualquier palabra positiva sobre el inmenso regalo que el Cielo le ofrecía a través de este nuevo pequeño ser que llevaba en su seno. Pero Chiara chocaba contra una pared; recurrió entonces a la famosa oración de Don Dolindo Ruotolo: “¡Jesús, me abandono a ti, ocúpate Tú!” ¡Ya no puedo hacer nada!
De repente, surgió una luz. Chiara decidió entonces hablar con Federico, que estaba más que dispuesto a cuidar del niño. Los dos pasaron horas y horas hablando por teléfono. Federico le contó a Rosa las palabras que había escuchado de Chiara, a las que adhería plenamente. Ambos luchaban con la intensidad de la desesperación, sabiendo que estaba en juego una vida inocente. ¡Cuántas lágrimas se derramaron a ambos lados del teléfono!
Unos días después, ¡gran noticia!: “Señora Chiara, ¡Rosa ya no quiere abortar!” ¡Oh, Jesús, qué grande eres! ¡Qué grande es tu amor!
Cuatro meses después del nacimiento del bebé, Chiara visitó a Rosa y la vio reír, reír y reír con su pequeña. ¡Un espectáculo único! Madre e hija se miraban y se derritían de amor, un amor sin límites… Rosa le dijo entonces a Chiara:
“¡Sabes, esta pequeña criatura me salvó la vida!”