Javier de la Calle.
En una sociedad carente de valores, las estrellas del deporte o el cine son capaces de cambiar la opinión pública, a los cuales se les confiere una influencia en la mayoría de casos inmerecida, ya que su talento se limita a los terrenos de juego.
Kylian Mbappé tiene todo el derecho a dar su opinión, aunque es evidente que el delantero aprovecha el altavoz que le da el fútbol para difundir el mensaje de sus amos, esos que le llenan los bolsillos con patrocinios como Nike.
El discurso de Mbappé se cae por su hipocresía. «La tortuga» ha estado seis años cobrando millones a paladas de la dictadura catarí en el Paris Saint-Germain. Antes de llegar a Madrid, el futbolista galo se ha buscado una casa en una urbanización privada, y no en Lavapiés, como esos inmigrantes a los que tanto defiende.
Con esta doble vara de medir, es normal que el PSOE aplauda a Mbappé. Cuando llegue a Madrid, es de esperar que sea tan crítico con otras cuestiones como las desigualdades fruto de la Ley de Violencia de Género.
No será así. Mbappé ahora se encuentra defendiendo los colores de Francia, el país de Carlomagno y Carlos Martel. Qué sabrá Kylian.
La violencia tampoco es un problema para él. Mbappé alentó protestas violentas que causaron varias muertes, pero qué más da, maravillas de la inmigración.