Enrique de Diego.
Uno de mis recuerdos indelebles de juventud es el de la final en 1966 de la Copa de Clubes, en la que el Real Madrid se impuso al Partizan por 2-1, siendo el gol de la victoria de Serena. Tenía entonces 10 años y bajamos al bar de la Casa Cuartel de la Guardia Civil de Segovia para vibrar más en una auténtica comunidad nacional. Era el Madrid de los yeyé y jugaban Amancio, un mago que fue el máximo anotador, Paco Gento, que cumplió el récord de la seis copas, que sigue hasta hoy, Velázquez, un genio en asistencias, Pirri, todo corazón y entrega, Zoco, un valladar en la defensa.
Un ramalazo de orgullo me recorrió cuando Serena marcó el gol de la victoria. Aquellos jugadores nos representaban, eran como nosotros, de una sociedad con cohesión social. En la comparativa con los jugadores que ha ganado la última Copa de Europa las diferencias son notables. Lo único que perdura es la camiseta blanca.
Abandoné mi sobresaliente afición al fútbol, ejercida como socio de la Gimnástica Segoviana, en el entrañable campo de tierra de El Peñascal, y de asiduo asistente al Santiago Bernabéu, cuando la «quinta del Buitre», con Emilio Butragueño, Martín Vázquez, Pardeza… Algo me decía que el fútbol era una farsa del sistema.
Ya no habrá quinta del Buitre, de los trescientos jugadores de categorías inferiores que tiene el Real Madrid que preside ese pútrido globalista que es Florentino Pérez casi ninguno llegará al primer equipo. Se quedarán en el camino seguramente reblandecidos -dicen- por falta de espíritu de sacrificio y perdidos en la videocoonsola.
Al fin y al cabo, nosotros, sin ser niños de la posguerra, jugábamos con zapatos, sin porterías, lo cual daba lugar a bastante disputas, y cuando llegaron las primeras botas eran duras y poco flexibles, pero jugábamos al fútbol y no con la imaginación en un vídeojuego.
Hoy el Real Madrid es una escoria globalista. Está podrido, como todo, por el globalismo, al que el Club se ha plegado hasta presentar el primero, pionero en la agenda 2030, que contempla la eliminación de todos los aficionados y socios del Club.
En Santa Pola se mantiene el recuerdo de don Santiago Bernabéu y de su casa, hoy desaparecida, en la Avenida que lleva su nombre con un impresionante olivo centenario y su barca con la que le gustaba allegarse hasta Torrevieja a pescar. Y en Santa Pola, en el restaurante Batiste celebraba con el equipo, en torno a una paella, las copas de Europa. Un hombre sencillo, de gustos sencillos, que nunca utilizó el Palco para sus negocietes. Un gran hombre, no un mequetrefe como Florentino.
Ahora el Real Madrid está podrido de globalismo. Se suma a las mentiras genocidas de las satanoélites. Es un Club que ha perdido su sentido de ser y es una multinacional de hacer dinero. Nadie siente los colores como antes. Todos lo dicen pero la chequera manda.
Hasta Emilio Butragueño dice paridas, enfundado en su traje, políticamente correctas y hace el pavoroso ridículo soltando la retahíla de chorradas insostenibles.
Este no es un artículo preñado de nostalgia, que también, sino una proyección de futuro. El Real Madrid volverá ser como el de 1.966. El equipo de una comunidad nacional cohesionada, con una juventud orgullosa y fuerte. Porque ahora mismo es una escoria globalista y el globalismo ha perdido la batalla.