Javier de la Calle.
El fútbol americano no interesa más allá de Estados Unidos. La Super Bowl de este año apareció en la portada de todos los medios, y no por el resultado. Había ganado el novio de Taylor Swift. Espero que en el New York Times informasen de cuando Jesulín de Ubrique cortaba una oreja y le tiraban bragas por ser novio de Belén Esteban para mantener ese rico intercambio cultural.
Travis Kelce, que así se llama el mozo, es un jugador de la NFL, esa liga en la que acaban la mayoría de jugadores más sonados que las maracas de Machín por los traumatismos craneoencefálicos de esos bigardos de más de 100 kg que impacta a altas velocidades.
La historia de amor de Travis Kelce con «la Swift» apesta. La prensa yanqui dice que se conocieron después de tontear de forma virtual. Estados Unidos se derrumba, pero aún mantiene la obligación de reproducir el himno nacional antes de cada partido.
El woke de Kelce fue uno de los primeros jugadores blancos en arrodillarse para solidarizarse con los terroristas de Black Lives Matter. Negocio rentable. El novio de «la Swift» fue escogido por Pfizer para promocionar los pinchazos «de refuerzo».
En Kansas no sabrán lo que son las banderillas, pero pueden aprender a interpretar una gráfica: tras el «booster» (como allí se llamó al pinchazo de refuerzo), los infartos, ictus y demás desgracias están disparados. Kelce ya es conocido como «Mr. Pfizer».
La prensa estadounidense estima que Kelce se embolsó 20 millones de dólares por su acuerdo con Pfizer. Los defensores del mastuerzo se afanaron en defenderlo, al asegurar que las críticas que recibía las realizaban seguidores de Trump.