El historiador y ensayista aragonés José Antonio Bielsa Arbiol acaba de publicar el libro Masonería vaticana: Los enemigos internos de la Iglesia al descubierto, una nueva obra de investigación y denuncia de la infilitración de los masones a todos los niveles de la jerarquía católica, con el actual Papa Francisco, a la cabeza de la misma.
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RAMBLA LIBRE: ¿Por qué un libro sobre la masonería en la Iglesia católica?
José Antonio Bielsa Arbiol: Primero, por necesidad interior ante el lúgubre escenario actual, y luego para contrarrestar la aberrante masa de textos postconciliares que dinamitan, con perfecto conocimiento de causa, la recta doctrina católica, virtualmente irreconocible de puro desfigurada tras la debacle postconcilar. Y es que podemos afirmar resueltos que a partir de los años 1958-1965, el grueso de los libros «católicos» aparecen seriamente dañados por el espíritu neomodernista hoy triunfante, es decir el de la Nueva Teología. Esto es innegable, además de trágico por partida doble: se puede decir que al desorientado feligrés le dieron gato por liebre, al tiempo que le falsificaron el ser de razón de su Fe católica. Muy preocupado por todas estas cuestiones, en los últimos años he publicado varios libros de orientación católica tradicional, tal es el caso de El nimbo y la pluma: Grandes custodios de la doctrina católica (2020) y Cristocentrismo (2022), que hacen las veces de contrapunto a otro libro mío, Cristofobia, el cual y junto a Satanocracia: La destrucción del Viejo Orden cristiano, conformarían una suerte de «pentalogía espiritual» junto al presente trabajo, titulado Masonería vaticana, y con el que doy por concluida mi contribución a este vital campo; estos cinco libros han sido publicados por el sello Letras Inquietas en su colección San Agatón.
A las pocas horas de su lanzamiento, Masonería vaticana logró colocarse entre los libros más vendidos de Amazon en su categoría. ¿A qué crees que se debe este éxito?
Querría presuponer que esta favorable recepción es imputable a la preocupante dimensión de un problema al fin visible, esto es a la acción infiltradora de la masonería eclesiástica en las estructuras visibles de la Iglesia, y no a otros aspectos más epidérmicos y morbosos de cuanto la masonería puede suscitar todavía entre los lectores adictos a estos espinosos temas. Realmente no lo sé.
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¿Cuándo comienza la infiltración masónica en la Iglesia católica?
Prácticamente desde los comienzos de la masonería operativa, esto es en pleno siglo XVIII, afectando a las altas jerarquías muy pronto. Será un italiano, el florentino Rainiero Delci, el primer cardenal masón reconocido hacia el año de 1750. Éste estaba afiliado a una logia romana. Su caso, como el de otros muchos, permite perfilar, ya desde su propia gestación, el espíritu secretista y anticatólico de la institución masónica y sus fuertes vínculos con clérigos disfrazados al servicio del Mandil internacional.
¿Qué objetivos persigue la masonería dentro de la Iglesia?
La francmasonería aspira a tomar el control de la Iglesia (¡ya lo tomó desde 1958, de hecho!) para normalizar el sueño masónico de la fraternidad universal, un sincretismo de filiación gnóstica, naturalista y cabalística que repugnaría a los propios gnósticos, puesto que aparece muy bastardeado por los hijos putativos de esta filosofía iniciática. Todo apunta a la creación de una Súper-Iglesia Mundial, una especie de federación de iglesias en la que todos tengan cabida; realmente es una religión sin cruz. Los masones, gentes previsoras y de buen tono en lo externo, han logrado lo más importante y decisivo: “masonizar” los entes de razón, o si se me permite la expresión, escuadrar el subconsciente colectivo hacia el atrio de la Logia, para así imponer un orden masónico de facto pasivamente acatado por las masas, impotentes e incapaces para discernir la falsificación de la doctrina cristiana que previamente les fue envenenada. Nuestro mundo presente, al menos en el Occidente atlantista, es realmente una proyección masónica, aunque reblandecida con emolientes “Nueva era” y otras derivas luciferinas indiscutibles.
¿Los ha conseguido?
Indudablemente. Y a la respuesta anterior me remito: la cosmovisión dominante del mundo actual es masónica, no cristiana.
El teólogo Patricio Shaw definió el Concilio Vaticano II como un conciliábulo de apostasía. ¿Es el Concilio Vaticano II un producto de la masonería vaticana?
Es, de hecho, su más cumplido y satisfactorio éxito, una suerte de revolución doctrinal desde dentro y sin equivalentes. Tras el conciliábulo de marras todo cambió: ¡fue un golpe maestro prodigiosamente orquestado! Para ratificar este hecho basta con leer bien a los enemigos internos de la Iglesia, especialmente a los teólogos neomodernistas, como por ejemplo al P. Edward Schillebeeckx, quien no tuvo empacho alguno en decir que, cito: «el Vaticano II fue […] un Concilio liberal, que ha consagrado los nuevos valores modernos de la democracia, de la tolerancia y de la libertad. Todas las grandes ideas de la revolución estadounidense y francesa, combatidas por generaciones de Papas, todos los valores democráticos fueron adoptados por el Concilio. Por otra parte, el Concilio no ha podido dar una respuesta a los fermentos de revuelta, que ya se preanunciaba […] Ha aceptado un poco nuestra teología, confirmándonos en nuestra investigación teológica. Nos hemos sentido libres como teólogos y liberados de sospechas, del espíritu de inquisición y condena. Todos nosotros estábamos bajo sospecha antes del Concilio y el Concilio nos ha liberado». Cierro cita. No lo digo yo: lo dicen ellos mismos, y con la libertad y seguridad de saber que ¡al fin tienen tomada la sartén por el mango!
¿Afecta a todos los países por igual la infiltración de los masones en el catolicismo? ¿Cuál es la situación particular de España?
La masonería, mediante las malas artes de la traición y la sedición, se ha ensañado especialmente con las patrias de tradición católica. En el caso de España concretamente, esto es en el contexto del inmundo Régimen del 78 que padecemos, presuntamente aconfesional aunque en el fondo rabiosamente laicista, tenemos un modelo de Estado de cuño netamente masónico, neoliberal y anticatólico: en poco más de cuatro décadas, su influencia ha logrado afectar todos los órdenes de nuestra existencia, anestesiando conciencias y masonizando el tejido social, apóstata y descreído en su gran mayoría. El pilotaje de esta destrucción ha sido dirigido por el nuevo PSOE, “el de Toulouse”, bien que a través de su centralita de control, la Sociedad Fabiana. Masonería y Estado son indisociables en el tristísimo caso español.
¿Cómo podemos distinguir a un sacerdote, obispo o cardenal masón?
Por sus gestos, palabras, obras y… omisiones. Esto es bien visible sobre todo entre las altas jerarquías, con su ambigüedad doctrinal, su mundanidad y relajamiento de costumbres, su proverbial envaramiento expositivo para expresar las mayores nimiedades y sandeces en homilías vacías de contenido y sustancia. Y por supuesto ya no hace falta esperar a las viejas tenidas masónicas realizadas bajo llave: la promoción Iglesia-Masonería se realiza hoy a puertas abiertas: tomemos como ejemplo reciente lo ocurrido el pasado 16 de febrero, en Milán, cuando la Fundación Cultural Ambrosiana organizó el seminario “Iglesia Católica y Masonería”. Por su carácter conciliador, abiertamente masonizante, ellos mismos se delatan. Y para postre, el cardenal Francesco Coccopalmerio (antaño presidente del Consejo Pontificio para los Textos Legislativos y ahora palmero de la Logia) afirmó dos meses antes que existe una “evolución de la comprensión mutua” entre los “católicos” y los francmasones. Todo esto es harto elocuente y revelador.
La pregunta es obligada: ¿es el actual Papa, Jorge Mario Bergoglio, un masón?
Lo fue, y en espíritu lo sigue siendo, operando a la manera de un “masón durmiente”. Realmente es muy torpe, al carecer de las habilidades de sus predecesores postconciliares, tan heréticos como él. Habituales son sus gestos manuales, su insufrible verborrea acatólica llena de contradicciones y esputos dialécticos, su amenazante estado de apostasía verbal. ¡Lanza una de cal y luego otra de arena! Este indolente Bergoglio carga a sus espaldas con un pasado masónico muy cierto, y no caeremos en la trampa de minimizar este gravísimo hecho, como acostumbran los neoconservadores templagaitas, poniendo una vela a Dios y otra al diablo. Este pasado masónico del jesuita es de dominio público, al menos en su patria chica: cuando Francisco todavía era el P. Jorge Mario Bergoglio Sívori, éste acostumbraba firmar a la manera masónica.
¿Pruebas? Tomaré como ejemplo una carta suya, con fecha del 28 de octubre de 1977 y dirigida al obispo Mario Picchi, en la que aparecen los tres puntos masónicos de rigor (∴) al final de su firma. Ya no es de recibo negar lo obvio: Francisco, a la sazón rotario desde el año 1999, es un hereje manifiesto, y por lo tanto un antipapa incontestable, como informan el Magisterio Pontificio y los Santos Doctores. Es nuestro deber como católicos, firmes en Nuestro Señor Jesucristo, denunciar el falso pontificado de este impostor: el daño que su seudopontificado ha producido sobre el catolicismo social es incalculable. ¡Esperemos con impaciencia que el juicio de los hombres y de la Historia lo ubiquen en su pésimo y lamentable lugar!
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