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Carta del Editor: El alcalde de Villalar de los Comuneros no es el tonto del pueblo, aunque a veces lo parece

Redacción




Enrique de Diego.

Reconozco con orgullo que siento veneración por los Comuneros y su rebelión; sobre todo, por mis convecinos los segovianos, cuyas milicias comandaba Juan Bravo, un hombre de una pieza, que apareció por Segovia como contino de la reina Isabel, luciendo en el cortejo, junto con ricas sedas, un loro y un mono, traídos de América, y que robó los corazones de dos beldades segovianas, de familias conversas, Catalina del Río, y tras la muerte de ésta, María Coronel, la nieta de Abraham Seneor, el último rabino de las aljamas de Castilla, al que rendí homenaje en mi novela histórica «El último rabino». Lo de las ricas sedas de Juan Bravo lo sabemos por el inventario de los dos baúles incautados que se hicieron: jubones amarillos y azules, capas rojas…todo de colores vivos.

En la aciaga jornada del 23 de abril de 1521, Juan Bravo fue de los pocos que planteó batalla, cuando la hueste comunera cansada y calada hasta los huesos, dio en huir despavorida cuando se lanzó al ataque la caballería pesada de los nobles. No sin viva emoción, se lee en la magna Historia de Segovia, de Diego Colmenares, la gallardía y el coraje con el que afrontó la muerte ignominiosa que tuvo Juan Bravo. Cuando después del redoble del tambor, el alguacil leyó la causa del suplicio por traidores, en un arranque de dignidad exclamó indignado Juan Bravo, que traidores no, sino amantes de las libertades de la Comunidad. Y luego, ante el verdugo, pidió ser el primero en morir pues no quería ver a unos tan buenos amigos y tan buenos caballeros sucumbir. Gracia que le fue concedida.

He descrito esta escena, y otras de la guerra de las Comunidades como lo sucedido en El Espinar donde se reunieron las milicias de Toledo y Segovia, y ante la marcha de los viriles Juan de Padilla y Juan Bravo, las mujeres de El Espinar les siguieron con tanto entusiasmo, que sus esposos y novios, escamados, trazaron una raya y que si pasaban de ahí, ya no volvieran a sus casas, o el linchamiento de los segovianos a su procurador Rodrigo de Tordesillas, que teniendo mandato de no votar el impuesto requerido por Carlos cambió el voto y se plegó en las Cortes celebradas en La Coruña por corrupción, como está documentado, y aquellos bravos segovianos lo llevaron a colgarle por los pies, como se hacía con los traidores, desde la Iglesia de San Miguel, en la Plaza Mayor, donde se coronó de reina de Castilla a Isabel la Católica, hasta la picota en las eras de la ciudad, donde el Santo Cristo del Mercado, más de 3 kilómetros de terrible y encrespado recorrido, donde pararon sólo de darle empujones y puñadas cuando cayeron en la cuenta de que no llevaban soga para ahorcarle, momento en el que una segoviana les lanzó una cuerda para tal menester, o en el momento emocionante cuando, durante el recorrido, les salieron al paso toda la comunidad de San Francisco con el prior, hermano de Rodrigo, con el Santísimo en procesión, pidiendo clemencia, que los segovianos sólo consintieron en que fuera oído en Confesión, hasta que siguió el cortejo justiciero.

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Todo esto lo narro en un libro deliciosa y lleno de encanto, «Segovia viva» (Amazon), junto a otras escenas, como en la que reclamo para Pablo Coronel, secretario de Cisneros y de la Biblia Políglota, la autoría del Lazarillo de Tormes, como el gran médico segoviano Andrés Laguna, dos erasmistas, autor de la magna obra naturista Dioscórides, y seguro autor de Viaje a Turquía, en la nostalgia de un bello atardecer en el pueblo segoviano de Bernardos, regado por el Eresma fiero lleno de molinos y batanes, de María Coronel, que se sobrepuso a la tragedia de Villalar y recuperó los bienes en duros litigios que le fueron confiscados a su marido y a su padre, Iñigo López Coronel, tesorero de la Junta de Comunidades.

«Segovia viva», que rinde también homenaje a los conquistadores segovianos, siendo la conquista de América una epopeya de segovianos y de ciudadanos de Cuéllar, en homenaje a aquellos héroes que sin haber visto más mar que el de trigo en la paramera castellana, y más agua que la de los modestos ríos Cega y Pirón, y el de los más humildes arroyos Mayucas y Polendos, marchaban hasta Sevilla para embarcarse en aquellas cáscaras de nuez que eran las carabelas, por el mar oceana hasta las Indias.

Aquellos segovianos orgullosos de su libertad, de su Comunidad y Tierra, que comprendía las provincias de Segovia, casi toda la de Madrid y parte de la de Burgos; Rascafría, El Escorial, Majadahonda, Chinchón, Ciempozuelos, Sevilla la Nueva, llamada así por un segoviano apodado el sevillano, San Martín de la Vega, donde iban, a la transierra, a prestar servicio de vigilancia frente a la morisma los de la colación o barrio de la bellísima Iglesia románica de San Martín, y Navalcarnero.

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Bueno, pues los comuneros fueron la primera revolución liberal como la denomina Joseph Pérez, o la primera revolución democrática, como la describe con pleno acierto el profesor Ramón Peralta, con una Constitución en toda regla, la Ley Perpetua de Ávila, que fueron capaces de elaborar mis antepasados del siglo XVI, que ojalá la tuviéramos ahora, con plena separación de poderes, que es citada por los Padres Fundadores de USA como precedente de la norteamericana.

Un año fui a la conmemoración de la derrota de aquel furor de libertad frente a la tiranía fiscal del flamenco Carlos y el espectáculo me resultó casi dantesco y desolador. Había una muchedumbre de desgarramantas podemitas emporrados en quechuas, sindicalistas come gambas, falsos castellanistas batasunizados y además ni tan siquiera cantaba «Nuevo Mester de Juglaría» su inspiradísimo disco «Comuneros». Hay que decir que en Villalar de los Comuneros sólo ocupo la desmerecida posición de ser el pueblo en el que buscaron refugio los comuneros desbandados y en cuya plaza tuvo lugar la decapitación de Juan Bravo, Padilla y Maldonado.

Pero allí gobierna como alcalde Luis Alonso Laguna, de Independientes de Villalar, agrupación ligada al Partido Castellano-Tierra Comunera, que no sabe por donde le da el aire, pero la ventolera le da woke y podemita, son una de nueva especie de woke paletos. Así que el tal Luis Alonso Laguna parece a veces el tonto del pueblo, aunque no lo sea, sólo lo semeja, parece más bien uno de esos estúpidos desquiciados de Harvard o de Columbia. De tal guisa, que el tal paleto woke Luis Alfonso Laguna abrió su parlamento saludando a «todos, todas y todes», momento en que mi amigo apagó la televisión y Juan Bravo se revolvió en su ignota tumba ante tamaña estupidez. ¡Cómo ha degenerado Castilla!