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Los verdugos del Sultán

Redacción




Luis Bru.

Las series turcas constituyen un auténtico fenómeno en España, que ha sido tratado en Rambla Libre en varias ocasiones. Su éxito se basa en buenos guiones, donde se tratan sentimientos, donde triunfa el bien, donde no hay ninguna referencia a la sodomía y los autores brillan a gran nivel, con una escuela depurada de interpretación, sin sobreactuar ni chillar, como solía suceder en la series españolas, a las que han desterrado.

En esta ocasión nos vamos a fijar en una serie histórica, «El sultán», que aparece en Nova con gran éxito, y que se estrenó en Turquía el 5 de enero de 2011. Es un producto perfecto de Tims Production, con perfecta recreación de los palacios, los harenes, cuidados todos los detalles de los trajes y las joyas y con una música excelente. Resulta una inmersión en el reinado de Suleiman, el magnífico, entre los años 1520 y 1566.

Una sana envidia me lleva a añorar o desear que se hagan series sobre la historia de tan alta calidad. De hecho, en la serie está bien tratado Carlos, el emperador, que brilla en la defensa de la asediada Viena y califica a Suleiman de anticristo. También está bien tratado el Papa, como un hombre inteligente y sagaz, que, consciente del peligro otomano, busca la unidad de los cristianos, rota habitualmente por la Francia de Francisco I.

La serie, que causó furor en Turquía, no estuvo exenta de polémica. Recep Tayyip Erdodan hizo declaraciones muy duras:  «Yo maldigo y condeno a los realizadores de esta serie y a los propietarios de esta cadena de televisión . Aquellos que juegan con los valores de la gente deberían recibir una lección. No se conoce a nuestros padres y nuestros antepasados más que por «El siglo magnífico», pero ese no es el Solimán que conocemos. Él se pasó la vida a lomos de un caballo y no en palacios, como nos lo muestra la serie».

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Bien, se trata de una serie histórica pero también de ficción con un ritmo trepidante, en el que la vida vale bien poco, y conocemos los intríngulis del harén, con sus sultanas, la favorita cambiante, las concubinas, la esclavitud ubicua, los eunucos…Un ambiente enrarecido que ya padeció Mahoma, que se queja continuamente en El Corán de los quebraderos de cabeza que le da la poligamia, pero que el sultanato otomano es llevado a sus últimas consecuencias con la Ley del Reino establecida por el sultán Mehmed, el conquistador de Constantinopla, que establece que sólo debe quedar un heredero varón, para evitar la guerra civil. Tremendo.

Esto da escenas de una atroz inhumanidad. Hürren, una esclava devenida en sultana, proveniente de Rutenia, segunda esposa de Soleyman, se ve obligada a luchar por su prole, para que al menos uno quede con vida y sea el sultán. El primogénito, Mustafá, no es ciertamente el heredero, pues eso dependía del capricho de Suleyman, es asesinado por los verdugos de su padre, en la tienda de éste, en una escena llena de dramatismo, como también es ejecutado por asfixia Ibrahim Pachá, amigo de la juventud, hombre de superior inteligencia, renacentista, por meros celos de Suleyman, alimentados por Hürren. El verdugo o los verdugos siempre omnipresentes.

Esto es historia. Cuando se aproxima el ocaso de Suleyman, quien fue temido por el mundo cristiano, con su unidad de infantería, los jenízaros, los diversos príncipes forman sus grupos que tratan de manipular a Suleyman en un juego terrible en el que el perdedor pierde la vida, no hay los lazos de sangre naturales, sino que en una orgía de sangre tratan de exterminarse unos a otros. Es toda una requisitoria contra el islamismo la que se desprende de esta serie, insisto, perfecta. Terrible, también, el asesinato de Bayaceto, y de sus cinco hijos, el menor de tres años, a manos de su hermano Selim, que llegaría a ser sultán con el título de II, y el apodo del rubio y el beodo. No se selecciona por medio tan terrible e inhumano al mejor sino al más servil y abyecto.

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Este curioso y sanguinario orden sucesorio se perpetuó hasta que Kemal Ataturk acabó, tras el fiasco de la primera guerra mundial, acabó con el califato otomano, provocando una crisis de identidad en el islamismo, de la que no ha salido.