Editorial.
Vienen sucediéndose las manifestaciones en Francia, con especial incidencia en París y Montpellier, en Inglaterra, con especial incidencia en Londres, y en otras ciudades de toda Europa, contra el totalitarismo que se pretende imponer en nombre de la falacia sanitaria. En Dinamarca, sin embargo, se han levantado todas las restricciones, que, ciertamente, no sirven para nada.
La falacia consiste en identificar a los timo vacunados con inmunizados, lo cual es a todas luces mentira, y a los no timo vacunados como agente contagiadores, lo cual no resiste el más mínimo análisis crítico. Los dos elementos de la ecuación son falsos de toda falsedad. Los timo vacunados han sido infectados mediante el jeringuillazo con la proteína Spike y son realmente los ventores de contagio, a parte de sufrir de forma inmediata efectos adversos terribles, entre los que se encuentra la muerte (el joven de 36 años muerto en Sevilla tenía todos los órganos destrozados). Después, sufrirán el efecto ADE, con terroríficas enfermedades auto inmunes, y una gran mortandad.
Frente a ello los que se niegan a ser timo vacunados, con el sistema inmunológico intacto, no son contagiadores de nada, no llevan la enfermedad del coronavirus, ni ninguna otra infecciosa. Simplemente, se niegan a ser inyectados en este ataque de bio terrorismo masivo dictado por las autoridades, que han perdido toda legitimidad de ejercicio, y han devenido en un peligro cierto para las poblaciones a las que se habían comprometido a defender y proteger.
Ante lo que asistimos es ante un designio de muerte y un avance de totalitarismo, ante el que la violencia es provocada por los dirigentes de las sociedades democráticas, en un escenario de pesadilla, ante el que la resistencia violenta es un acto de autodefensa y el linchamiento una justa medida de protección frente a quien abusa de su poder de manera tan ignominiosa. Cualquier acción es legítima contra los mal llamados servicios de salud, que han pervertido su nombre, y contra los dirigentes europeos que les mandan hacer tales actos genocidas.
El padre Juan de Mariana (1536-1624) fue el autor del tratado político «Del rey y la institución real» (De rege et regis institutione), que se publicó en Toledo en 1599. Su obra pasó a la historia por la insólita —y hay quien la calificaría de vanguardista— justificación doctrinal del tiranicidio. Cuando el tirano atenta gravemente contra los derechos personales merece la muerte en el atentado personal. No se nos ocurre una situación tan delirante y tan lesiva para los derechos personales como la que estamos viviendo ni que legitime tanto el asesinato de los tiranos europeos que quieren obligar a sus ciudadanos a ser muertos mediante el jeringuillazo y coaccionan gravemente a los que se niegan, decretando timo vacunaciones obligatorias, por ahora, para ciertas profesiones, o harteras formas de hacerles la vida imposible.
Habrá que tenerse en cuenta el desarme de las sociedades, que está en el fondo de estos abusos, y el monopolio de la violencia ejercido por el Estado con tan clara ilegitimidad, pero lo cierto es que todo atentado contra la vida es legítimo contra estos tiranos para preservar la vida y defender la libertad.