Ignacio Fernández Candela.
Steegmann es apellido de infiltrado, de submarino a contracorriente, de enemigo de la democracia que desfila en las filas de un partido confiado para asustar a los electores que aún no comprenden cómo VOX, con tan regias inteligencias de la formación, traga con la aberración de las vacunas cuando las pruebas remiten a esta farsa genocida que ahora busca como objetivo a los jóvenes. Steegmann es un lastre para un partido político con discurso de sentido común hasta que el desbocado doctor lo descabalga con el descerebrado apasionamiento en defensa de la dictadura sanitaria, el acatamiento de la falacia y el sometimiento al Nuevo Orden Mundial demasiado en evidencia como para obviar las genocidas manipulaciones en origen artificiosa de esta demoníaca trama de la Covid 19.
Todo un proceso de implantación forzada para transformar la sociedad y diezmarla sin atender al sentido común de la prudencia y Steegmann decidido a ejercer de kamikaze para VOX en próximos comicios. Al margen de aspiraciones electorales, sobra un fanático de la vacunación obligatoria cuyos orígenes de izquierdas transpira en cada declaración intransigente sobre la demente teatralidad de la mentira del coronavirus.
Con la intención de la OMS para declarar la ancianidad como enfermedad, no tardará el vehemente Steggmann en defender la utilidad pública de la eutanasia indiscriminada, la misma que aniquiló encubiertamente a nuestros padres, por decenas de miles, en el 2020. VOX haría bien en revisar su política sanitaria que espanta con este partidario de coartar la libertad para imponer una vacunación masiva. Debería informarse más allá de la connivencia farsante con el discurso oficial y averiguar qué hay detrás de la apariencia. Steegmann es hoy por hoy un muro que impide ver la realidad evidente del experimento inhumano de la vacunación transgénica.