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Reivindicación de José María Ruiz Mateos y la separación de poderes

Redacción




Enrique de Diego.

Ignacio Fernández Candela ha escrito, a pesar de su monarquismo, más que una reseña elogiosa sobre mi libro «República Constitucional», nos ha regalado retazos de la historia de España regados con interesantes exclusivas sobre los intríngulis jurídicos de Nueva Rumasa. De fondo, un ménage á trois entre Ignacio, como testigo de excepción, y el más grande empresario que ha dado España, José María Ruiz Mateos, necesitado de una urgente reivindicación, y el más grande pensador, don Antonio García Trevijano, necesitado nosotros de conquistar la libertad colectiva en la República Constitucional, tarea a la que dedico las 24 horas del día y que se abrirá pasó, espero que en unos meses.

Estaban llamados a encontrarse los dos prohombres, dado su vecindad en la calle Alondra de Somosaguas, y por la defensa de don Antonio de la separación de poderes, que de existir nunca se hubiera llevado a cabo la expropiación de Rumasa, emporio de buen hacer, de laboriosidad, de honradez a carta cabal, con el emblema de la abejita, que tanto se echa en falta, y José María Ruiz Mateos, víctima propiciatoria del Estado de partidos y de la mezcolanza de los tres poderes, que todo lo corrompe. ¡Lo que hubiera dado yo por estar en esas conversaciones de altura!

La reseña de Ignacio Fernández Candela ha tenido la virtud de remover recuerdos y vivencias personales sobre la tremenda injusticia cometida, el auténtico latrocinio, el expolio perpetrado sobre Ruiz Mateos y Rumasa. Es, por de pronto, paradigma y campo de ensayos sobre lo que se ha hecho sobre las clases medias españolas y sobre el conjunto del pueblo español. Fue mi primera gran noticia como jefe política de Abc con la que me tocó lidiar. Recuerdo que Rumasa acaba de comprar Mantequerías Leonesas. Estaba Madrid lleno de abejas laboriosas: 60.000 puestos de trabajo y todo lo que se ganaba se reinvertía, compraba empresas en quiebra y el espíritu de trabajo las hacia florecer y fructificar.

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Había llegado al poder el PSOE nefasto de Felipe González con los diez millones de votos y necesitaba mostrar su poder y eligió Rumasa. No sabíamos que nos había caído encima un Estado de Partidos depredador; sólo don Antonio García Trevijano lo sabía, pero era la voz que clama en el desierto, desde aquellos programas magníficos de La Clave. El 23 de febrero de 1983, sin apoyatura legal, con gran despliegue policial, con ametralladoras, el maldito y nefasto PSOE mostró su poder. Y empezó para José María Ruiz Mateos un calvario similar al de Santo Job. Con el mindundi de Miguel Boyer, el demagogo de Alfonso Guerra y el prepotente Felipe González persiguiéndole. Trocearon Rumasa y hay empezó la corrupción en gran escala de los depredadores que no ha hecho más que aumentar desde entonces.

El PP llevó el caso al Tribunal Constitucional. No sabíamos que estaba controlado, pensábamos que Montesquieu no había muerto y vivíamos en un régimen de libertades, en una dictadura encubierta, que vive de deuda. Aquí entro yo en la historia. Tenía 26 años y recién nombrado jefe de la sección política de Abc y me molestaba mucho que me pisaran noticias. Había un coladero. Una ya me llamó la atención y me puso en guardia: altos cargos socialistas habían montado un picadero en el Hotel Los Galgos, en Diego de León. ¿De dónde podía salir de esto? ¿De las mujeres de virtud frágil? Dejé de hacer trabajo de mesa y me dediqué a hacer calle, hasta que descubrí que un sindicato policial tenía un tráfico de información con los escoltas. Así fue como dí la información de que Manuel García Pelayo, presidente del Tribunal Constitucional, y Jerónimo Arozamena. habían sido llamados a La Moncloa por Alfonso Guerra, quien chillaba como una corneja diciendo que si la sentencia era contraria era la ruina del Estado y García Pelayo, por sus santos cojones, tenía que ejercer su voto de calidad. Iba demudado en el coche de vuelta, por la violencia sufrida, y el muy cobarde claudicó. Di la exclusiva. Y fue consciente de que la separación de poderes había terminado y Alfonso Guerra, el descerebrado, se encargó de decretar la muerte de Montesquieu.

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La noche negra del Estado de Partidos y la ausencia de separación había caído con oscuridad tenebrosa. No hay derecho a lo que le hicieron a José María Ruiz Mateos, que preanunciaba lo que le pasaría todo el pueblo español y que ahora llega a su culminación. Ignacio Fernández Candela, buena pluma, mente lúcida, es el hombre indicado para hacer esa reivindicación de José María Ruiz Mateos, porque su nombre, su buen nombre no merece perderse, en forma de libro. A través del calvario de ese gran hombre que era Ruiz Mateos se ven las fauces de Leviatán cernirse sobre él y sobre todos. La República Constitucional acabará con el Estado de Partidos opresor.

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