Ignacio Fernández Candela.
Me sorprende que República Constitucional esté basado en el paradigma de pensamiento político que tuve ocasión personal de discutir al paso de los años con D. Antonio García Trevijano en su casa, durante largas horas de recreo intelectual. Y sorprende porque mi mayor fuerza crítica sobre la oportunidad de los hechos que facilitara la fluidez de la teoría, se diluye en estos tiempos escabrosos en que parece llegar el fin de una era constitucional, necesitada la supervivencia en España de una renovación crítica del valor político, afín a la instrucción jurídica que garantice una verdadera separación de poderes. Ahora, una vez fallecido García Trevijano, se dan las condiciones críticas que de otro modo no posibilitarían la iniciativa de Enrique de Diego para sintetizar el ingenio del jurista y convertirlo en un manual de acción y pragmática política.
Sirva esta oportunidad de recrearme en el libro -un manual de acción realmente- de Enrique de Diego, República Constitucional, para retrotraerme a los años pasados en que lo conocí en persona, allá por el año 2012 y sucesivos, cuando ejercía labor de portavoz y director de comunicaciones de D. José María Ruiz-Mateos, mal les pese a cuantos codiciaban intereses oscuros y multimillonarios en aquel avispero endemoniado en que se convirtieron, por la traición de sus más allegados, los últimos años de vida del empresario y financiero que me privilegió con su confianza y amistad. Una amistad dilatada en la trinchera de una lucha diaria que suponía como objetivo perpetuo satisfacer las deudas de los Inversores, toda vez que no fue responsable de los engaños perpetrados a sus espaldas y que culminaron con un laberinto personal y legal al que procuramos todo tipo de resoluciones.
Conocí a D. Antonio García Trevijano como vecino de Somosaguas cuyo palacete se situaba en frente de Alondra, 2, la sempiterna residencia familiar de los Ruiz-Mateos, allá por el 2012. Entonces el empresario y yo estábamos inmersos, a contracorriente, en un proyecto financiero a través de una intermediaria de un lobby patrimonial, Carmen Tejerina, y varias empresas de carácter multinacional, algunas radicadas en Suiza, Plurimaco AG y otras en Canadá como era la Westvan con su representante Jay Rader interesado en la proyección de una Trading Count, con el fin de generar beneficios financieros para resolver los problemas acaecidos tras la quiebra de Nueva Rumasa. El primario objetivo de pagar a los Inversores se convirtió después en una cesión de los derechos de litigio de Rumasa antigua en un plan jurídico y financiero muy complejo supervisado por el Profesor Hans Joachim Vögel de Alemania. Es la primera vez que doy datos concretos sobre aquellos complejos trabajos.
Si ya me costó tres meses convencer al empresario de las posibilidades que ofrecía aquel proyecto, huelga decir que advertido de todo tipo de traición inimaginable que había padecido toda su vida, me pidió la intervención legal de abogados en España que supervisaran a su vez las gestiones que podrían implicar un beneficio suficiente de 2.000 millones de euros para resolver el drama de la emisión de pagarés que él apoyó siendo primer engañado, sin conocer la verdadera situación del Grupo.
En su momento me regaló dedicado el libro D. Antonio para que de su lectura tuviera noción de sus ideas y rebatirlas con amistosa intención de depurar cada página. Una obra compleja que se remonta a los albores de la Revolución Francesa de cuyo desarrollo crítico nace la concepción del ideal político que examina los muchos dislates de la Transición; las bases de antemano condicionadas en la voluntariedad de que el estado de la partitocracia generase todo tipo de corruptelas, con el fin de contentar las contrastadas misceláneas de intereses políticos que implicaban posiciones antitéticas; todo con la excusa del consenso que significaba, desde los orígenes, la maleabilidad para disposiciones corruptas en diecisiete reino de taifas, con entrega expresa de competencias que facilitaría la disgregación por las ideas y con el tiempo la ambición del separatismo y la independencia. El pensamiento de García Trevijano no solo resarcía y cumplimentaba el intelecto en la renovación de las ideas, sino que con esa renovación parte indisoluble de la regeneración formaba parte la crítica feroz contra el fracaso de la democracia al ser basada en un espejismo de libertad, siempre comprometida por la excesiva influencia de los partidos regidos por intereses espurios al margen de la verdadera y legítima voluntad de la soberanía popular.
Enrique de Diego ha encontrado la oportunidad en el tiempo-y en las aberrantes circunstancias sociopolíticas que han acelerado el proceso de la descomposición con la alianza del PSOE más radical junto a la corrupción bolivariana, acompañado de la triste comparsa de una Oposición dependiente de intereses al margen de la nación colectiva-, para convertir La teoría pura de la República en un manual de acción política bajo la premisa de la separación de poderes y por ello la básica prevención de las corruptelas edificando un estado de República Constitucional que se preserve de los mortales cantos de sirena que han convertido España en un campo de batallas especulativas de una partidocracia que ha excedido las competencias políticas para convertirlas en una estafa de notoria emergencia social, cuando se ha posicionado al margen del beneficio de los ciudadanos; éstos convertidos en esclavos de un autoritarismo encubierto que ha quedado en evidencia con las consecuencias de la pandemia, sobrepasado todo el país por las deficiencias institucionales que cuestionan de raíz los beneficios de una etapa constitucional que no da más de sí, implosionada por la putrefacción del Parlamento y la judicatura al servicio de los intereses tabernarios. Quizá no por la voluntariedad de los actores políticos, expresamente, más bien porque se ha convertido en el precepto de un sistema fallido que facilitaba la corrupción general; la que ha desembocado en una destrucción íntegra de la razón democrática que, en realidad y a tenor de las consecuencias, solo fue un engaño destinado a la extinción.
Enrique de Diego recoge el testigo, un legado de pensamiento político regenerador y ahora susceptible de praxis, que dejó García Trevijano, en la constatación de que, desgraciadamente, se dan las condiciones degenerativas para apostar por un Estado de Derecho real. Postulado desde la ecuanimidad y la independencia de intereses para desarrollar unas bases de consenso real al margen de las tentaciones especulativas que se generaron durante los erráticos acuerdos de la Transición, dejando al margen el genuino mandato de la soberanía nacional que debería haber subordinado a los partidos, y no al revés como en la práctica ha sido con sutiles engaños legislativos. Al talento de Trevijano se añade una defensa de las clases medias como condición inexcusable en su refuerzo social para construir la República Constitucional.
El libro de De Diego asimila la situación actual radicando los males de nuestro tiempo en la existencia de una nueva aristocracia-de partidos- de la monarquía instaurada. No existiendo un republicanismo basado en la ideología política se resalta la idoneidad de la práctica política que no se basa en la dicotomía de la ideología, convirtiendo la República Constitucional en ideal por sí mismo al margen de los intereses de partidos que hasta ahora han constituido la panacea de la corrupción en el Parlamento.
La República Constitucional preconiza un sistema mayoritario de elección de representantes por distritos y división de poderes. El objetivo de rescatar el pensamiento de García Trevijano pasa por tres fases por las que la teoría se desenvuelve hasta transformarse en una planificación social de índole pragmático, según su autor:
1-Asimilación, divulgación, difusión en círculos familiares, sociales y culturales con una proposición política de identificar la verdad política con la libertad política.
2-Extrapolación de esos factores de divulgación que arraiguen en algún país europeo con una dimensión cualitativa y cuantitativa que permitan proyectar acciones colectivas, siempre pacíficas, hasta conseguir un punto de saturación que reclame la estrategia unitaria de la unívoca identidad verdad=libertad.
No se puede aspirar a la libertad si antes no se identifica la mentira para reconocer la “verdadera libertad”.
3-Agitación social para la apertura de un periodo de libertad constituyente donde la sociedad elija en referéndum optativo la forma de Estado y de Gobierno. Todo cambio sociopolítico imbrica un nuevo estado de ánimo social que podría suponer los impulsos de una huelga general de carácter político.
El pensador y jurista me decía siempre que él no era un republicano sino un repúblico, un jurista que hacía república. Su libro refrendaba la intencionalidad del sabio. Resultaba interesante la confrontación dialéctica cuando él me sabía defensor de la Corona que por entonces no había resultado dañada.
García Trevijano puso sobre la mesa la posibilidad del debate sobre un nuevo modelo de Estado siendo Enrique de Diego quien llama desde República Constitucional a accionar los mecanismos sociales y políticos que hagan posible esta transformación de gran calado que finiquitaría la corruptela que se remonta a la aprobación de la Constitución, mal endémico según sendos autores, de los males que acucian España, al haber sido construido el modelo de Estado según los dispares e ilimitados intereses de partidos que supeditan la libertad del pueblo a la falta de división de poderes y una monstruosa maquinaria de administraciones territoriales que ha fagocitado una necesaria centralidad para evitar desastres como el que ha supuesto dejar al albur de la especulación la existencia de la propia España.
Éste que les reseña República Constitucional conoce a ambos autores como activistas de la crítica social y política, amén de constructores en la renovación del modelo de Estado. De Diego es también un repúblico. Sabiendo de la profundidad, de la intensidad de las motivaciones del pensamiento y la acción que los ha caracterizado, no me sorprende que Enrique de Diego tome el relevo práctico del pensador Trevijano, desmenuce -hasta para los más ajenos en la materia- la complejidad discursiva del gran jurista, y acerque la posibilidad de un nuevo modelo de Estado al conjunto de una sociedad damnificada en estos tiempos últimos, con una clase política desgastada que porfía por controlar una situación que reclama una modificación generalizada de los propósitos inherentes a un nuevo Estado oxigenado y limpio de la corrupción partitocrática; causa primera de los males definitivos que se afrontan en una fluctuación con urdimbre de alarma social.
No me sorprende tampoco haber conocido de primera mano las muchas injusticias padecidas por José María Ruiz-Mateos con un Estado fallido-aparente mientras lo fue en el engaño nacional-quien sufrió un injusto expolio siendo exculpado de toda imputación en 1996. En 1999 hubo dos autos del Tribunal Supremo por el se dictaba la devolución de su patrimonio expropiado a falta de una consolidación de balances que jamás se gestionó. Bien sabía García Trevijano que su amigo Ruiz-Mateos sufrió una monumental estafa, precisamente por la ausencia de separación de poderes, supeditada la Justicia a los designios políticos de turno.
Quizá es momento de cambios para enderezar el árbol torcido de la democracia española. El modo de hacerlo es una experimentación pionera en la que el periodista Enrique de Diego se ha implicado por la entrega propia del activismo social con tintes revolucionarios, tal es la novedad de tan encomiable como valiente intención.
El autor de República Constitucional menta a Victor Hugo, quien dijo y así lo reseña De Diego: “No hay nada más irresistible que una idea a la que le ha llegado su tiempo”. Enrique cree que ha llegado el tiempo de García Trevijano, un jurista de la crítica feroz contra el orden establecido cuyo pensamiento adelantado a su tiempo cabe en una manual de acción social-República Constitucional- conciso y esclarecedor, que invito a leer para disponer de una herramienta que aboga por soluciones en una España enmarañada de problemas definitivos.