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Carta al piltrafilla Javier Benegas: Cometiste un grosero error de diagnóstico

Redacción




Enrique de Diego.

Ahora que se nos convoca a la batalla decisiva, a la última batalla, antes de entrar en combate conviene desemascarar a estos personajes que le hacen el juego al Estado de Partidos, y que, curiosamente, van de Disidentia, disidencia controlada como un piltrafilla que responde al nombre de Javier Benegas. Estamos en la drôle de guerre, la broma de guerra, ese periodo, por analogía, que va desde la invasión de Polonia al ataque a Francia, en el que todo parece extrañamente normal pero ya se han declarado las hostilidades. Antes del blitzkrieg, hay que matar el tiempo con el tiro al pato y estar entretenido en la caza menor, como es Javier Benegas, desleal por esencia. Y yo, como don Antonio García-Trevijano, considero la lealtad la virtud cívica por excelencia, sin la cual no se puede articular nada firme. Y es el caso, se acercó a mí, colaboró y se despidió a la fracesa. En compañía de Juan Manuel Blanco, un pobre hombre, que se deja manipular por un torticero como Beneguitas. A Blanco, que estuvo con los «peones negros», no hay que prestarle más atención, porque no la merece.

Javier Benegas, antes de ser desleal con Jesús Cacho, publicó un artículo el 23 de abril de 2016. Javier Benegas y Juan Manuel Blanco, que conviene sacudirle el polvo. Dicen de García Trevijano que “no sólo es que los mass media le negaran el pan y la sal, también le faltó cercanía”. Esto de alancear a un muerto es de muy poca clase, es de una bajeza moral insoportable. Se ve que nunca trataste ni conociste a don Antonio en otro caso no hablarías tan a la ligera, ni con tan poco fundamento, bellaquín.

Mira y aprende, fatuo. Pedro Gallego, ingeniero naval y bombero de Canarias, que lo trató estrechamente en el último año, da testimonio del maestro del que tú, Javier Benegas, deberías lavarte la boca antes de pronunciar su nombre. Narra Pedro Gallego: «Mi pareja contactó con su secretario de entonces, Baldomero Castilla, para concertar una cita. Nos invitó a comer en su casa. Llegamos por la mañana cuando grababa la emisión para Radio Libertad constituyente y me cedió la palabra en un determinado momento del programa. Recuerdo que hablé sobre la Reserva Federal y la emisión de papel  moneda. En ese mismo programa me pidió que me uniera y participara como colaborador en su radio. Eso fue en el año 2015 y desde ese momento nuestra relación fue cada vez más estrecha, hasta que finalmente me regaló su amistad. Hablábamos todos los días 3 o 4 veces, su primera llamada era a las 10 de la mañana y la última a las 11 de la noche. Su último fin de año mi familia y yo lo pasamos junto con él en Somosaguas». 

Era un hombre muy cercano: «Cada vez que iba a su casa hacía una tortilla de patatas, o mejor dicho de papas,  como decimos en Canarias, que aunque soy madrileño, vivo y trabajo en Las Palmas de Gran Canaria desde hace años.  Le encantaban y decía que no había probado una igual. Llevé muchas veces compañeros y amigos a Somosaguas a comer y pasábamos ratos inolvidables y muy divertidos donde hablábamos de todo, de arte, de su acción política,  de su vida personal y familiar o de  los casos más importantes que llevó como abogado en el extranjero. Se encontraba realmente feliz en esos momentos».

Eres un percebe y un idiota, Javier Benegas, beneguitas, cara de espárrago, porque don Antonio «tenía gran sentido del humor y una inteligencia inigualable. Refinado en sus formas y un caballero. Podía sentar en una mesa a un aristócrata y a un obrero y que todo se desarrollase con total sintonía. Era totalmente accesible socialmente, no tenía ningún prejuicio».

Y ¿quién eres tú, qué méritos o autorictas te arrogas, mediocre, envidioso resentido, para juzgar la tarea ingente de generación, que no de regeneración, mindundi, Javier Benegas, licenciado en Políticas, o sea en nada, que te has pasado media vida «vendiendo humo», como confesaste, y ahora te has reiventado ora con Vox, de intelectual orgánico, ora con una web deleznable de amalgama de colaboradores que no lee nadie, porque no se atreven a decir nada, con algún patente chorizo, como José Luis González Quirós.

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El legado de don Antonio García-Trevijano, hombre muy cercano, fructificara. Hombre lúcido y genial, insobornable, era consciente de que era el Moisés que no vería la Tierra Prometida, a la que llegaría el pueblo réprobo. Lo reseña con emoción reverencial Pedro Gallego: «Es evidente que era consciente y así lo denunciaba, del veto de los medios a su persona. Le tenían miedo. España se ha convertido en un país de mediocres y de cobardes con una absoluta pasión de servidumbre. Pudo haber ostentado en el Estado el cargo que le hubiese dado la gana, solo tenía que haberse dejado querer un poco por el Régimen. Él era consciente también, de que el triunfo de la República Constitucional y de sus ideas llegaría cuando él no estuviera. Este Régimen de oligarquías de partidos no puede durar, pero España sigue presa de la servidumbre voluntaria, de momento».

Como decía Víctor Hugo, «no hay nada más irresistible que una idea a la que le ha llegado su hora» y a la República Constitucional le ha llegado. «Ahora existe un momento de falta de legitimación del sistema y que se agudizará más cuando se materialice la crisis económica que nos espera. España no castiga la corrupción pero si las crisis económicas. Él sabía perfectamente, que una situación así, tarde o temprano, llegaría». Atiende, pardillo.

Si alancear a un muerto tiene delito, y te retrata, mindundi, alancear a un vivo dándole por muerto, aprovechando que en aquel entonces no tenía defensa, tiene peligro: “un ingrediente del que iba sobrado otro personaje, Enrique de Diego, que inició desde los micrófonos de la radio una crítica despiadada del Régimen, acuñando el término casta política, del que más tarde se apropiaría Pablo Iglesias”. Y rematan: “Pudo haber sido un personaje relevante en el movimiento regenerador pero su afán de protagonismo y falta de mesura lo malograron”. Par de canallitas. Ya digo que Juan Manuel Blanco es un pobre hombre que se creía las tonterías  y alucinaciones de los conspiranoicos, en los que militaba con fervor digno de mejor causa, y que se deja manipular. Pero tú, Javier Benegas, beneguitas, nulidad, que tienes una web inconsistente y postmoderna de derechas, y que has escrito un libro postmoderno, en el que te pones interesante como si descubrieras arcanos secretos y sólo describes lo políticamente correcto, a buenas horas mangas verdes. Cometiste un grosero error de diagnóstico. Todo ha sido preparación para la batalla final.

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Esta no es hora de debates sino de combate, como dijo don Juan de Austria, antes de Lepanto. Apártate, mangarrán. Sobras y estás de más. Los muertos que vos matáis gozan de buena salud. Es la hora de la «República Constitucional», mangarrán. Afán de protagonismo, el que tú tienes, nulidad fatua. Copio un mensaje de mi correo electrónico: «Hola Enrique, me alegro enormemente que vuelvas a escena. Desafortunadamente llevabas razón en cuanto a la degradación del país y todas sus instituciones. Ánimo y cuenta conmigo». Te voy a dar falta de mesura, bellaquín. Te falta respetar la gente y querer su bien. Te faltan coraje, valentía y lecturas. No vales para nada, Beneguitas. Ya me he quedado satisfecho, por ahora, con el tiro al pato.