Luis Bru.
Antonio Jiménez ha regresado cumpliendo todas las expectativas: aburriendo al personal hasta que le llegue la crisis económica de la Iglesia, que llegará. Aburriendo y entreteniendo, porque es suficientemente blandito para no incomodar a nadie; dice las cosas como referidas a otra planeta, como si estuviera hablando de otro mundo, como si lo cuenta no estuviera sucediendo. Y cuando tiene un invitado, en vez de hacer una entrevista, género que consiste en preguntar, se enrolla sobremanera y le da la respuesta masticada, deglutida y vomitada. Jiménez es el presentador perfecto para la Conferencia Episcopal, que es la que paga hasta que no pueda seguir perdiendo dinero con esta nulidad, y para una Iglesia, es tibio, es parlanchín, es ni fu ni fa. Al fin y al cabo, el define El Cascabel como «una tertulia amable en donde huimos de la polémica estéril». Porque no eres frío ni caliente estoy para vomitarte de mi boca, dice el Apocalipsis y aquí viene al pelo. Pandemia del coronavirus y miseria posterior, todo en tono cansino. El Cascabel es aburrido. Piense y diga el momento que más le impactó…Ah, no recuerda, ninguno.