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“La guerra de la Vendée” (1): Genocidio en la revolución francesa

Redacción




Enrique de Diego.

“Ya no hay Vendée. Ha muerto bajo nuestro sable libre, con sus mujeres y niños. Acabo de enterrarlos en la marisma de Savenay. He aplastado a los niños bajo los cascos de mis caballos, masacrando a las mujeres que ya no alumbrarán más bandidos. No tengo un prisionero que reprocharme. He exterminado todo…Los caminos están sembrados de cadáveres. Hay tantos que algunos puntos forman pirámides”. Así escribe en su informe el general Westermann. El ayudante general: “Fusilamos a todo el que cae en nuestras manos, prisioneros, heridos, enfermos en los hospitales”. El general Turreau, al mando de las “columnas infernales”, ordena: “Todos los bandidos que sean encontrados con las armas en la mano serán pasados al filo de la bayoneta. Se obrará de la misma manera con las chicas, mujeres y niños que se encuentren en ese caso. Las personas solamente sospechosas no serán exceptuadas. Todos los pueblos, alquerías, bosques, retamas y generalmente todo lo que pueda ser quemado será entregado a las llamas”.

Es 1793, han pasado cuatro años desde que se pusiera en marcha, y contra La Vendée, una zona al oeste de Francia que baña el Loira, entre Nantes y Lyon, se va perpetrar un genocidio, un exterminio programado llevado a cabo por la infecta revolución francesa. Alberto Bárcena ha tenido el acierto, junto a la Editorial San Román, sacar del olvido interesado este tremendo episodio, esta epopeya y tragedia de los héroes y mártires de La Vendée, del “memoricidio” en el que han sido sepultado los vendeanos, que lucharon por su religión y su rey, por su libertad de conciencia, y fueron masacrados por los hombres “de las luces”, auténticos caníbales, para que no nos hagamos inquietantes preguntas sobre la sacrosanta y fracasada revolución francesa. Alberto Bárcena es deudo del libro de Reynald Secher, discípulo del gran historiador Pierre Chaunu, “La Vendée-Vengé. Le génocide franco-français”.

Si ustedes tienen valor y coraje intelectual sumerjan en él y sometan a revisión a la fatua revolución francesa, en cuya estela, y de cuya mentira, vivimos.

La rebelión se va a producir en cuatro departamentos diferentes: Loira Inferior, Maine-et-Loire, Deux-Sévres y Vendée. De hecho, durante la primavera y el verano de 1793 sólo treinta departamentos de los ochenta y tres recién creados acataban al gobierno central, lo que cuestiona el carácter popular y mayoritario de la esperpéntica revolución. El malestar es creciente entre el pueblo francés real frente a las élites revolucionarias urbanas y parisinas, sobre todo a raíz de la promulgación de la Constitución Civil del Clero el 12 julio de 1790, que quiere convertir a los sacerdotes en funcionarios descristinizadores, y divide el clero en “juramentados” y “refractarios” –los “buenos curas”- dentro del plan pagano y descristianizador puesto en marcha hasta el momento. Nace una Iglesia de las catacumbas, se dicen Misas clandestinas, en las casas, en los bosques…Hay medidas de fuerte impacto como la prohibición de las campanas, que tendrán un fuerte papel en la rebelión cuando, las que queden, se pongan a tocar a rebato. Y que René de Chateaubriand reflejará magistralmente en su Génie de christianisme cuando, levantada la prohibición, se pongan a sonar en toda Francia: es la voz familiar que llama al Sacramento, al Santo Sacrificio de la Misa.

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Los vandeanos no han visto con buenos ojos el regicidio de Luis XVI, el Antiguo Régimen –Tayllerand, dirá que “quien no ha conocido el Antiguo Régimen, no conoce la dulzura de vivir”- no es sólo la sociedad estamental, es también el paisaje de familias piramidales y jerarquizadas, pero la insurrección se produce el 6 de marzo de 1793 cuando se decreta el reclutamiento en masa para luchar por un régimen opresor y liberticida; por todas partes se formaron aglomeraciones de gente dispuesta a pasar a la acción con mayor o menor rapidez. Los habitantes de las riberas del Loira se negaron a dar los nombres. A las interpelaciones respondieron con gritos: “Devolvednos a nuestros buenos curas, abajo los intrusos”.

Uno de los principales jefes vandeanos, el marqués d´Elbée declarara: “Juro por mi honor que, aunque deseé un gobierno monárquico, no tenía ningún proyecto particular y hubiese vivido como un pacífico ciudadano bajo cualquier gobierno que hubiese asegurado mi tranquilidad y el libre ejercicio de la religión que profeso”.

Los amotinados llevan el gorro de lana tradicional, iban armados con hoces y bastones; llevaba bien visible el Crucifijo. La rebelión está encabezada por gente sencilla: el carretero Cathelineau, el guardabosques Stoflett, el vendedor de mantequilla Guerin o Perdriau, antiguo cabo de un regimiento de línea. “La Vendée se rebeló de forma espontánea e inesperada”. Cuando los campesinos van a buscar al que será uno de los jefes vandeanos, Charette, para que les dirija, exclama: “¿Os habéis vuelto locos?”.

Los amotinados proclaman que “preferimos morir en La Vendée antes que acudir a la frontera para defender a los asesinos del rey y a los compradores de los bienes nacionales” (los bienes expropiados de la Iglesia). Ante la leva se levantan ante el mínimo de derecho de resistencia, cuando todos los derechos son pisoteados: “¡Cómo! ¡Vamos a ir a batirnos por semejante gobierno! ¡Salir a la llamada de unas gentes que alteran todas las administraciones del país, que han hecho subir al rey al patíbulo, que venden todos los bienes de la Iglesia, que quieren imponernos y que arrojan en prisión a nuestros verdaderos pastores! ¡Nunca!”. “Han matado a nuestro rey, han expulsado a nuestros sacerdotes y vendido los bienes de nuestra Iglesia. ¿Dónde está el dinero? Se lo han comido. Al presente quieren nuestros cuerpos; no los tendrán”.

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Se sacan las campanas escondidas y tocan a rebato; su sonido se oye las riberas del Loira y la llamada familiar al Santo Sacrificio de la Misa convoca a luchar contra los hijos de lucífer, a defender la fe, y la rebelión se extiende. Es el derecho de resistencia que la revolución retóricamente proclama: la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1793, votada por la Convención Nacional el 23 de junio de 1793, e incorporada como peámbulo a la Constitución el 24 de junio de 1793, en su artículo 35 dice textualmente: “Cuando el gobierno viola los derechos del pueblo, la insurrección es, para el pueblo y para cada una de sus porciones, el más sagrado de los derechos y el más indispensable de los deberes”. La rebelión es, pues, legal y legítima.

Los vandeanos van a escribir páginas de gloria y de martirio en su lucha desesperada. Los revolucionarios van a desarrollar un auténtico genocidio, en el que todos los males perversos del siglo XX están incoados, los del comunismo y el nazismo, incluidos, como luego veremos, los hornos crematorios, de manera muy tosca, la utilización de las personas como cosas, el uso de la piel y de la grasa, incluso la guerra química. Los revolucionarios se portarán como hijos del mal, como caníbales.

La guerra de la Vendée, Una cruzada en la revolución, Alberto Bárcena Pérez, Editorial San Román, 251 páginas.

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