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La herejía neomodernista, compendio de todas las herejías

Redacción




Redacción.

Por su rabiosa actualidad, reproducimos algunos párrafos de «La tercera campanada», escrito por San Josemaría Escrivá de Balaguer, destinado a los miembros de la Obra, el 14 de febrero de 1974:

«Pero la humanidad actual, me diréis, no se presente nada propicia para entender estos deseos de total dedicación a Dios. Efectivamente, el viento que corre, dentro y fuera de la Iglesia, parece muy ajeno a aceptar estos requerimientos divinos tan profundos. Personas alejadas de hecho de Jesucristo, porque carecen de fe, han ido fomentando un clima de renuncia a toda lucha, de concesiones en todos los frentes. Y así, cuando el mundo ha necesitado una fuerte medicina, no ha habido poder moral capaz de parar esta fiebre, esta organizada campaña de impudor y violencia (…) Se escucha como un colosal non serviam (Ierem, 11,20) en la vida personal, en la vida familiar, en los ambientes de trabajo y en la vida pública. Las tres concupiscencias  (cfr. 1 Ionn. 11, 16) son como tres fuerzas gigantescas que han desencadenado un vértigo imponente de lujuria, de engreimiento orgulloso de la criatura en sus propias fuerzas, y de afán de riquezas. Toda una civilización se tambalea, impotente y sin recursos morales (…)

«En esta última decena de años, muchos hombres de Iglesia se han apagado progresivamente en sus creencias. Personas con buena doctrina se apartan del criterio recto, poco a poco, hasta llegar a una lamentable confusión en las ideas y en las obras. Un desgraciado proceso, que partía de una embriaguez optimista por un modelo imaginario de cristianismo o de Iglesia que, en el fondo, coincidía con el esquema que ya había trazado el modernismo. El diablo ha utilizado todas sus artes para embaucar, con esas utopías heréticas, incluso a aquellos que, por su cargo y responsabilidad entre el clero, deberían haber sido un ejemplo de prudencia sobrenatural (…)

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«En una palabra: el mal viene, en general, de aquellos medios eclesiásticos que constituyen como una fortaleza de clérigos mundanizados. Son individuos que han perdido, con la fe, la esperanza: sacerdotes que apenas rezan, teólogos -así se denominan ellos, pero contradicen hasta las verdades más elementales de la revelación- descreídos y arrogantes, profesores de religión que explican porquerías, pastores mudos, agitadores de sacristías y de conventos, que contagian las conciencias con sus tendencias patológicas, escritores de catecismos heréticos, activistas políticos(…)

«No queremos contribuir a empobrecer la espiritualidad de la Iglesia, arremetiendo contra lo que Jesucristo mismo instituyó: disminuyendo el sacerdocio ministerial y su santidad, para que se confunda con el sacerdocio real de los fieles; quitando el culto y la prerrogativas de la Madre de Dios, empequeñeciendo sus fiestas y su veneración; ahogando la devoción a los santos y a sus imágenes; destruyendo el sacramento del matrimonio. Y, sobre todo, dando disposiciones que conducen a arrancar de las almas el amor al Santo Sacrificio de la Misa y la certeza en la Real Presencia de Jesucristo en el Santísimo Sacramento del altar y Reservado en el Sagrario (…)

«Abominemos de este cómodo irenismo de quien imaginara pacificar todo, encasillando unos a la izquierda y acomodando otros a la derecha, para colocar graciosamente en un prudente centro -nada de extremismos, aseguran- el fruto de su juego dialéctico, ajeno a la realidad sobrenatural. Ellos inventan el juego y deciden la posición de los demás (…)

«No se relee sin gran dolor lo que San Pío X describió en su encíclica Pascendi, cuando exponía las características del modernismo, que ese documento definía como compendio de todas las herejías. Todo aquellos que entonces el Magisterio universal de la Iglesia intentó atajar con penetrante visión y energía sobrenatural. aparecía ya con su enorme gravedad, pero era todavía un mal relativamente limitado a algunos sectores. En nuestros días ese mismo mal -idéntico en su inspiración de raíz en y con frecuencia en sus formulaciones- ha resurgido violento y agresivo, con el nombre de neomodernismo y en proporciones prácticamente universales. Aquella enfermedad mortal, antes localizada en unos pocos ambientes malsanos, y contenida dentro de esas fronteras por prudentes medidas de la Santa Sede, ha alcanzado aspectos de epidemia generalizada. Su extensión ha facilitado su virulencia y la manifestación de efectos monstruosos en cantidad y calidad, que quizás ni siquiera hubiésemos podido imaginar ante los primeros botes del modernismo.

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«Lo que inicialmente se mostraba sólo, aunque ya fuese muy grave, como la reducción de las Verdades dogmáticas a la simple experiencia subjetiva conservando algún matiz espiritual, se ha degradado aún más: las hondas exigencias del alma -y aún las de la misma gracia divina- quedan disueltas en la horizontalidad sin relieve de lo mundano: identificando el amor de Dios con las aspiraciones o deseos más inmediatos del hombre-masa, sometido a los detterminismos de la planificación materialista y atea, y a la de los instintos animales (…)

La soberbia de la vida (I Ioann II, 16) presenta su vanidad total en la exteriozación de la concupiscencia de los ojos, ambición de poder y de bienes terrenos, sin mesura; y de la concupiscencia de la carne, sensualidad sin freno y degradación libertina; es como la descomposición entera de un cuerpo, después de haber perdido el alma.