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El corrupto

Redacción




Mike Sala.

Quien haya vivido aquélla época y tenga una memoria dispuesta a reconocer el pasado dejando a un lado sus preferencias políticas, tendrá que admitir que la década de los 80 fue un tiempo de corrupción rampante en España. Pero no pocos españoles disculpaban aquella corrupción porque, como decían literalmente, “como los de antes robaron 40 años, que roben ahora los míos”. Una forma tan española de justificar a los indeseables, y tan habitual en los comentarios de calle, de bar y de trabajo, que llegó a ser parte de la nueva cultura democrática española. Una cultura democrática que, seamos serios, nuestra nación no ha conseguido casi medio siglo después.

 

Al amparo de aquella corrupción muchos progresaron económicamente de un modo que jamás habrían podido soñar si se hubieran dedicado a otras actividades laborales en las que habrían tenido que demostrar su valía. Pero en política, tanto entonces como hoy, la valía no se requiere, y ni siquiera se presupone en la mayoría de los casos. El principal requisito es que cada uno sea fiel al partido y a los líderes por encima de todo. Y si eso se demuestra, cualquiera puede llegar a ser, por poner un ejemplo entre miles, director general de la Guardia Civil sin haber terminado siquiera un primer grado de Formación Profesional.

 

El personaje al que hoy recuerdo  – después de leer un titular en un diario anunciando su nuevo y bien pagado cargo público –  es un verdadero indeseable que lleva décadas viviendo de la política, es decir, del dinero de los contribuyentes. Ya por aquellos años 80 fue ocupando puestos tanto públicos como dentro de su partido. Incluso entre ciertos colegas de formación política su fama dejaba bastante que desear en ciertos aspectos, pero, como no era el único al que dada su posición, le gustaba comportarse en ciertos ambientes como si fuera el rey del mundo, nadie se enfrentaba a él por miedo a perder su puesto, su sueldo y su calidad de vida, que en un político  – con P de Parásito – suele ser bastante acomodada.

 

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Este indeseable fue escalando a base de ausencia de mérito y abundancia de todo lo contrario. Llegó a ostentar durante algunos años uno de los puestos políticos que era y es clave en cualquier comunidad autónoma. Hasta que pasado algún tiempo, escándalos relacionados con abuso de poder y, digamos, excesiva alegría al emplear tarjetas de crédito pertenecientes a cargos públicos, precipitaron los acontecimientos y el partido, siempre el partido que cuida a quien ha servido bien desde puestos de importancia, le colocó en un cargo institucional en un organismo público de cuya actividad este personaje no tenía ni idea. Un organismo público que, para afrenta del personal que ha entrado en él a base de duras oposiciones,  los políticos han empleado como aparcadero de compañeros a los que se les debe mucho pero no se sabe muy bien qué hacer con ellos. Algo muy parecido al Parlamento Europeo, donde tradicionalmente han ido recalando sinvergüenzas a los que conviene alejar del país para ver si la poca prensa que denuncia la corrupción se olvida de ellos.

 

Dos años duró el corrupto en este cargo. Dos años de buen sueldo y viajes por varias comunidades autónomas en donde las andanzas de este personaje acababan invariablemente en aventuras con prostitutas que, por si alguien tenía alguna duda, eran retribuidas con dinero público. Y durante aquellos dos años, este caradura, quizás para aprovechar al máximo el dinero de plástico del contribuyente, usaba de vez en cuando las dependencias de la central del organismo público que presidía para recibir, con nocturnidad y en compañía de otros, a prostitutas locales que también se llenaban los bolsillos a cuenta de alguna partida presupuestaria.

 

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Así, entre escándalos de esa índole y otros del mismo cariz que los de su historial de los años 80, tuvo que ser apartado de puestos de semejante responsabilidad, y por toda sanción, fue colocado en otro puesto político dentro de su partido. Nada se filtró a la prensa, entre otras cosas porque en su ciudad no hubo un solo periodista con agallas para publicar lo que estaba más que probado. Y pocos años después, cuando las aguas se calmaron lo suficiente, volvió a ser colocado como concejal de su partido y con varias asignaciones extra que le permitieran seguir llenándose los bolsillos con un sueldo más que decente a cambio de ser un intrigante y un obediente siervo de los intereses gobernantes. Es en lo que se ha ocupado durante los últimos veinte años. 

 

Ahora, en premio a toda una trayectoria de cuatro décadas de corrupción y obediencia, este corrupto ha sido premiado con otro cargo público. Uno de los más relevantes que se pueda dar en un gobierno autónomo. Seguramente, sus compañeros y aduladores estarán felices. Pero yo, que conozco bien sus andanzas, contemplo su foto en un periódico local y no alcanzo a ver otra cosa que un detestable corrupto que lleva toda su vida viviendo de los impuestos robados a los contribuyentes, con el beneplácito de los que votan a su partido, y con la admiración de algún periodista desmemoriado, servil y rastrero que le llama “servidor público” y “hombre de partido”. Un corrupto como los hay a miles. Un impresentable de coche oficial y despacho de postín. Una alegría para las prostitutas de lujo de la ciudad. Una vergüenza.