Luis Bru.
Resulta difícil imaginar una elección más desafortunada que la de Fernando Sánchez Dragó para hacer el libro de campaña de Santiago Abascal. Es difícil imaginar alguien que encarne menos los valores que Vox dice defender. Politoxicómano –“Santiago Abascal nunca se ha fumado un porro pero respeta que yo lo haga”-, pedófilo –en su libro Dios los cría…y ellos hablan de sexo, droga, España, corrupción confiesa haber tenido sexo con dos niñas de 13 años en Tokio, en el año 1976-, libertino –afirma vivir con Naoko, pero tener a Emma como amante y a Laura Celeiro como novia-, pornógrafo –autor del corto La doma sobre sadomasoquismo para el festival Bonobobos-, depredador del dinero público –su programa “Las noches blancas”, de baja audiencia, costó la cifra de 2,26 millones de euros a Telemadrid-, negador de las tradiciones –atacando al sepulcro del apóstol Santiago-, Fernando Sánchez Dragó, un provocador excéntrico, sin otro principio que el dinero, está en las antípodas de Vox, salvo en un punto: fue, al igual, que Santiago Abascal, un mantenido de Esperanza Aguirre.
A raíz de su libro entrevista “La España vertebrada” –paráfrasis excesiva de Ortega-, Fernando Sánchez Dragó se fue convirtiendo, a la búsqueda de una notoriedad perdida, en un portavoz oficioso de Vox, un partido que carece de portavoz porque apuesta sólo por las redes sociales, según la estulta doctrina del mañaco Manuel Mariscal. Y Vox ha pagado cara la frivolidad de Santiago Abascal y de sus incompetentes asesores. Por de pronto, el verborrágico Fernando Sánchez Dragó le ha dado unos bajonazos a Santiago Abascal, como si fuera su biógrafo oficial: “no es un todólogo y tiene la valentía de decir lo que no sabe”. Descripción que se parece bastante a la de ignorante. O la de que “Santiago Abascal es un niño de Amurrio que soñaba con ser guardabosques”.
Cogida la linde, Sánchez Dragó no ha parado y se ha pasado de revueltas. Ha participado activamente en uno de los mayores errores de Vox: generar unas expectativas imposibles como si se tratara de meros aficionados. Dragó, que es un frívolo insustancial, que estableció un pacto fáustico con el PP, haciendo de bufón cultural, tiene unos conocimientos de sociología ciertamente pedestres. “Yo tengo mis encuestas particulares: hablo con el peluquero, con el taxista, con los camareros”. Sobre esa endeble base y haciendo uso de su proverbial petulancia se lanzó al ruedo ibérico o a la piscina sin agua: “Va a tener un mínimo de 60 diputados y quizás llegue a 90. Más que el PP y, desde luego, más que Ciudadanos, que está desplomándose”. Ni como profeta ni como analista político, Sánchez Dragó vale un pepino. Es un frívolo enfermizo. Ciudadanos no se desplomó, sino que ha subido de 40 a 57 diputados, con 4.136.600 votos. Ha superado al PP en voto urbano, masculino y clases trabajadoras. También lo supera en la Comunidad de Madrid, Cataluña y Andalucía y podría tener la llave de la gobernabilidad en Aragón, Extremadura, Castilla-La Mancha y Castilla y León. Incluso consigue sus dos primeros diputados en Galicia. Sánchez Dragó es un cegato diletante.
Al margen de estas estupideces, que en la sociedad española no implican ninguna consecuencia, pues pasan como ocurrencias, esa absurda horquilla de entre 60 y 90 diputados, desmerece a la cifra real de 24, al tiempo que algo contribuiría a movilizar al electorado del PSOE, Podemos, Esquerra Republicana, PNV y EH Bildu.
El error Fernando Sánchez Dragó ha sido mayúsculo. No se puede sacar de su indecente senectud a un personaje ajado sin que quiera tener, de nuevo, sus diez minutos de gloria y meta la pata hasta el corvejón.
¡Qué gran guardabosques se ha perdido Amurrio con Santiago Abascal!