Enrique de Diego.
En la historia de la cobardía humana ocupas uno de los primeros puestos, Carles Puigdemont. Tú que, tras una vida de mediocridad subvencionada, ansiabas pasar a la historia, ya has hecho méritos más que suficientes para estar en el cuadro de honor de la impudicia y la indignidad. Es de las pocas veces, sino la única, en que el cabecilla de una rebelión es el primero en poner pies en polvorosa dejando a sus huestes en la estacada.
Eres la inmundicia del separatismo, su reducción al absurdo. Eres un mequetrefe, un petimetre, una pequeña escoria y un pícaro con todas las letras. No es extraño que Oriol Junqueras no haya querido mirar hacia tu vicario Quim Torra, ese tarugo mostrenco con ínfulas de neonazi que pegaría bien en un algún lóbrego tugurio, en una oscura taberna del Ku Klus Klan.
Mientras los que te han seguido padecen y se sientan en el banquillo, tú te das la gran vida por Europa, entregando el premio de Cinema for Peace en Berlín que te es devuelto con dignidad y desprecio. Porque tú, Carles Puigdemont, el fantasma de Waterloo, eres despreciable. Conviertes a esos supuestos mártires del separatismo que se sientan en el Tribunal Supremo en un atajo de imbéciles, que no fueron capaces de montárselo como tú, en Bélgica, ese país absurdo y ridículo, que ha dado a la civilización occidental sólo dos grandes personajes: Tintín y Hércules Poirot, y los dos son de ficción. Esa birria de nación hecha de retales que vive, en su existencia gris y sólidamente estúpida, el sueño equinoccial de la parasitaria burocracia de Bruselas.
Estás prestando, contra tu voluntad, al margen de tu espléndida ignorancia funcional, dos grandes servicios: estás dejando en ridículo al separatismo y estás mostrando que Europa es una entelequia estomagante, una mentira destructiva. Europa en cuanto UE, que es la antítesis de Europa.
Desde que pusiste pies en polvorosa hacia ese país de comedia bufa no has hecho más que preocuparte del dinero, de vivir, a pesar de tus patentes presuntos delitos, del dinero público, de seguir sangrando al contribuyente, tras colocar a tu esposa en la televisión de la Diputación de Barcelona. Tú, en efecto, Carles Puigdemont, encarnas mejor que nadie al separatismo, como degradación moral, como picaresca, como cobardía y como esperpento.
Un líder ha de correr la suerte de sus hombres, ha de dar ejemplo en sus supuestos ideales, pero los tuyos no lo son; son meras coartadas de trincón y bon vivant. Tienen más dignidad los que se sientan en el banquillo que tú, pedazo de cobarde, patente gilipollas. Para haber montado este desastre y provocar tanto sufrimiento humano, lo mejor es que te hubieras estado quieto. Pero así sois los mediocres, cuando llegáis a nuestro nivel de incompetencia, montáis desastres inenarrables.