Enrique de Diego.
Frívolo insustancial, te ha durado menos, Pablo Casado, pelele de Aznar, el márketing que un merengue a la puerta de un colegio. No tienes hechura, no tienes dos dedos de frente, sólo acumulas licenciaturas y másters, a cual más falso, una colección de groseras mentiras.
La imputación te va pisando los talones, que ya hay tres enchufadas en tus mismas condiciones y tú vas caminito del Supremo. No sé ni cómo te has atrevido a presentarte a esas primarias de mentirijillas. Porque vas forzado, político profesional que llevas viviendo del Presupuesto desde los 23 años; uno de esos liberales españoles que ensalzan lo privado pero que depredan lo estatal. Y ya has dicho que no vas a dimitir. ¿A dónde irías, lameculos, de recepcionista del Hotel Huerto del Cura? Donde podrías llevarte tu cuota de inmigrantes africanos.
Mira, mañaco, pedazo de imbécil, la invasión que padecemos es de extrema gravedad para que tú, acomplejado, te vayas a Algeciras a rendir pleitesía a los invasores para mostrarte como, lo que eres, un mindundi, un chiquilicuatre, una sonrisa impostada, con esas melindreces de que tienes corazón y buenos sentimientos. Tus buenos sentimientos no vas más allá de tu cobardía, tu falta de sentido de Estado y tu inmensa condición de gilipollas, cuya primera acepción es inocente.
Sigue tu gira. Vete a rendir pleitesía al mantero que ha pegado con la hebilla de un cinturón al probo turista norteamericano que salió en defensa de una mujer a la que la jauría estaba insultando. Claro que no se ha identificado y detenido a nadie, porque parece que tienen bula e impunidad, no vayan a romper la crisma a algún policía, porque son la barbarie. Vete a saludarle, canallita, porque muchos de los que saludaste en Algeciras terminan en el top manta, que ya va siendo hora de que nadie compre en esos zocos callejeros degradantes.
Debes ir, Pablo Casado, parodia de político, a Lavapiés y seguir con el besamanos a los que pusieron el barrio patas arriba y quemaban contenedores y tiraban sillas metálicas a la crisma de los antidisturbios. Porque muchos de los que saludaste en Algeciras terminarán ahí, enquistados como una tribu en medio de una nación.
No tienes dos dedos de frente, no tienes capacidad ni redaños, tienes un equipo que tira para atrás, con Dolors Monserrat, cuya familia rompe la banca de la morosidad tributaria, y con el ínclito Javier Maroto. ¡Vaya exaltación de la mediocridad!
Vete al barrio de Velluters, en Valencia, a la caída de la tarde y podrás dar la mano a los inmigrantes ilegales que trafican con heroína y han sumido en la inseguridad y la ocupación al barrio chino valenciano.
Vete a los que cobran subvenciones de alquiler de la Comunidad de Madrid, donde gobierna tu mafia de partido, y podrás hincharte a dar la mano. O también a las urgencias de toda España, colapsadas. Incluso a las cárceles, a reventar de extranjeros. Puedes llegar a Seine-Saint-Denis en París o a Mollenbeck en Bruselas, donde terminan muchos, y te metes tus sentimientos donde te quepan, porque en un Estado de Derecho se funciona con el imperio de la Ley y de la razón.
Vete a saludar al mantero agresor de Barcelona, esa bestia salvaje que nunca debió entrar en España, y al que tú, que no tienen dos dedos de frente, le has dado la mano al dársela a los de Algeciras, y después de mostrar tus enervantes complejos de culpa, vete a casa y no vuelvas nunca más. ¿Qué diferencia hay entre tu humillación de Algeciras y el welcome refugees de Manuela Carmena?