Josep Sansano.
Cae la noche sobre el barrio Velluters de Valencia. Zona céntrica de Valencia que siempre ha tenido fama de degradada. Casi nadie conoce en la capital del Turia al barrio por su nombre, sino por su apodo: Barrio Chino. No porque haya habido nunca por allí chinos, sino porque, desde siempre, se ha ejercido la prostitución en baretos y locales rozando lo sórdido.
En los años ochenta pareció que el Barrio Chino tocaba fondo y empezó a remontar, pero la recaída ha sido brutal. Las prostitutas se exhiben por la calle; las más jóvenes tienen aspecto de yonquis. Empezaron a ir a comprar droga y un día se quedaron formando parte del paisaje, vendiendo su cuerpo a bajo precio.
Cae la noche y unos nuevos vecinos, llegados en las dos últimas décadas, se enseñorean de las intrincadas calles. Son inmigrantes africanos, de raza negra, musulmanes que han traído al barrio la inseguridad y la heroína. Venden con descaro su mercancía letal: heroína y cocaína, que llevan en bolsitos dentro de su boca. Esa es la realidad cotidiana fuera del discurso oficial, de las monsergas sobre la integración y el muticulturalismo. Hay otra zona musulmana, de magrebíes, parte del barrio de Ruzafa, donde se menudea el hachís.
El modus operandi de los que vinieron de la África negra antes que los 629 del Acuarius es sencillo: primero ocupan pisos abandonados y se dedican a vender droga hasta que son localizados y desalojados; entonces les sustituye otro y van a ocupar otro piso, iniciándose el proceso de desahucio; se produce de esa forma un extraño nomadismo de conquista. Las peleas son habituales para dominar el mercado: una esquina o una calle. Lo intrincado de Velluters hace más difícil la acción policial. Ha habido asesinatos a puñaladas en ajustes de cuentas o en reyertas. Los atracos en la zona se han disparado y la osadía es cada día mayor, de forma que los vecinos tradicionales viven atemorizados e inseguros. La policía se inhibe o no actúa.
Una extraña doctrina, la corrección política, que niega la realidad y establece una serie de esotéricos dogmas buenistas, protege a los nuevos delincuentes, traficantes de droga, que van generando sus propias mafias.
Muchos de los que van a llegar en el Acuarius, en medio de una emocionada emotividad, terminarán en Velluters, en el barrio chino. Dado que se les ha dado el estatus de refugiados, aunque no vienen de ninguna guerra, sino de sociedades fracasadas, serán lanzados a las calles valencianas. No tendrán que pasar por ese polvorín degradado que el CIE de Ingenieros, un antiguo cartel, donde también abundan las peleas y donde el año pasado los antidisturbios tuvieron que emplearse a fondo para sofocar un motín. Se escucharon disparos dentro del CIE.
Esta realidad sombría no les interesa nada a los políticos buenistas con sus histéricas monsergas.