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Inmigración: Esto sólo acaba de empezar

Redacción




Yolanda Couceiro Morin.

La izquierda (el mundo bienpensante en realidad) tiene desde hace tiempo «sus» pobres en propiedad, como antaño las señoronas de la buena sociedad tenían los suyos para darle la sopa caliente los domingos a la salida de misa. Estos «nuevos pobres» de nuestros buenos progresistas (de izquierda tanto como de derecha o de centro: cada vez es más difícil hacer la diferencia entre la gente de Podemos, del Psoe y del PP o de Ciudadanos en estas cuestiones) son los inmigrantes en general y los musulmanes en particular.

Las otras pobrezas, las otras precariedades, las de los nacionales, los autóctonos, no existen ni se muestran (no vaya a ser que se resienta el discurso oficial de esa visión). Un pobre nativo carece de glamour, suscita poco interés, además no puede ser un verdadero pobre ya que es blanco, europeo, etc… Su pobreza no puede ser más que sospechosa, ficticia, tal vez simulada, en todo caso exagerada, posiblemente merecida.

La verdadera pobreza no puede venir más que de fuera: el Otro es el pobre auténtico. Las otras pobrezas, las otras precaridades, las nuestras, no existen, peor aun: están discriminadas. De todas maneras, un pobre que no fuera más que nacional, europeo, no perteneciente a ninguna minoría, es necesariamente un pobre sin encanto, un pobre vulgar, un pobre cutre, un pobre que sin duda se merece ser pobre.

La pobreza, supuesta o real, de esos buenos inmigrantes, refugiados, musulmanes sobre todo, es una pobreza que tiene el mérito de ser exótica, hasta «chic«, una pobreza fotogénica, que tal vez le recuerda a algunos sus vacaciones veraniegas por tierras lejanas, en paisajes con palmeras, arenas calientes y mercadillos abigarrados… La pobreza de estos exóticos, que ahora llegan a nuestras playas y deambulan por nuestras calles, bien merece un selfie. Los buenos salvajes de esa especie de «occidentales por el mundo» pagados de sí mismos, ya los tenemos entre nosotros, sin necesidad de ir a buscarlos a domicilio durante el puente de Semana Santa.

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Pero la peor pobreza es la de esos pijoprogres y demás buenistas autocomplacidos, de nuestros humanistas sin pecado concebido, pobreza mental, pobreza espiritual, que les permite verse a sí mismos como los humanistas del tercer milenio, como los héroes de un tiempo sin heroicidad ni valor, como los referentes morales de una sociedad ayuna de auténtico mérito. En realidad son unos traidores, unos renegados, los protectores y favorecedores de la invasión en marcha, los cómplices necesarios de la destrucción de su propios países.

Todos los crímenes, todas las fechorías, de esa inmigración siempre son perdonados, minimizados, escondidos y hasta justificados. La culpa es del racismo, la marginación, el rechazo, los prejuicios, la culpa es siempre del Occidente corrupto y corruptor… Cuando Mohamed, Rachid y compañía violan, en solitario o en manada, nunca son culpables de nada, hasta las feministas salen en su defensa: las leyes y costumbres del país que no entienden, el estrés de su condición de parias, su precariedad material, su inestabilidad emocional, las mujeres que nos vestimos de manera un tanto provocadora, sin respetar la cultura de los violadores, etc…

Los problemas de los «refugiados» no afectan a los privilegiados

Hay que decir que los problemas y conflictos que traen estos inmigrantes, estos «refugiados» y demás visitantes indeseados, no afectan, por regla general a los privilegiados de esta clase de pijoprogres que son la mayoría de los amigos de la multicultura y la inmigración. Estos viven, por regla general, lejos de los barrios populares, de los campamentos, de las zonas afectadas en mayor o menor medida por este fenómeno. Ven el problema desde la barrera y pontifican desde la seguridad de sus vidas confortables y sus privilegios de clase. «¡Que aguanten los de abajo!». Y en efecto, son «los de abajo» los que están en primera fila y los que padecen en carne propia este problema. Los predicadores de la tolerancia la diversidad y la convivencia no tienen idea de lo que eso significa. O peor aun: si lo saben y no les importa.

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Estos inmigrantes tienen una cultura y tradiciones antagónicas a las nuestras. Este antagonismo no es involuntario, no es un antagonismo de pordioseros incapaces de reflexionar. Por el contrario se trata de un antagonismo fomentado a conciencia por sus jefes políticos y religiosos. Es el discurso de los líderes comunitarios de esa inmigración, las consignas de los cabecillas de esa invasión, son las sermones habituales que se predican en la inmensa mayoría de las mezquitas.

La respuesta de nuestros lloriqueos

La mayoría de los países de donde provienen estos inmigrantes están repletos de millones de hombres jóvenes ociosos que no pueden tomar mujer en esas sociedades. En sus países están controlados, encuadrados, vigilados y reprimidos por regímenes autoritarios, muchas veces totalitarios, siempre represivos y dispuestos a la violencia contra los revoltosos y los descontentos. Son hijos legítimos de ese clima de permanente violencia y opresión que es el día a día de esas sociedades. Sueltos en  nuestra blanda y tolerante Europa, estos jóvenes fanatizados por su religión y llenos de frustración y resentimiento se vuelven literalmente locos ante las realidades de nuestras sociedades abiertas y tolerantes. Contrariamente a las jóvenes generaciones de occidentales, estos no tienen ninguna duda acerca de la superioridad y legitimidad de sus valores religiosos y sus aspiraciones políticas.

La única respuesta que ofrecemos a estos desafíos son nuestros lloriqueos, nuestra culpabilidad, nuestro masoquismo, nuestras vanas polémicas, para distraernos todavía un poco más de nuestro aburrimiento de occidentales cansados y estériles, esperando que la situación empeore dramáticamente para poder decir que ya es demasiado tarde para hacer nada…

Sic transit gloria mundi