
Enrique de Diego.
Carles Puigdemont es el mesías de la pagana secta separatista. El «pueblo» deambula por el desierto, decaído y degradado, por el pecado y la opresión españolas, y ansía llegar al paraíso, a la tierra prometida -«visca la terra«, que grita el tosco neonazi Joan Tardá-. Esa promesa mesiánica la ha explicitada ese mesías de pacotilla: «es hora de terminar con el proceso y empezar con el progreso».
Abandonado el campo de la racionalidad, atrapados en los complejos de su emotividad, destilando odio -los de la CUP tildan de «traidores» a los Comunes de Ada Colau– Puigdemont lleva a los catalanes al infierno. Me remito a los lúcidos análisis de Roberto Centeno, con datos de futuro aterradores.
Atisbando ese infierno que se abre bajo los pies del conflicto, malo para los negocios, bueno para los políticos que viven de crear problemas y no de resolverlos, me han resultado especialmente significativas las declaraciones del empresario Albert Adrià, dueño de cinco restaurantes en Barcelona: «Estamos hasta las narices y esperando que esto se acabe ya». El hermano de Ferrán Adriá detecta que «hay muchos españoles que no quieren venir a Cataluña». Y añade que «el atentado terrorista no ha ayudado nada y si ocurriera algo más…Yo vivo del turismo -precisa-, como tantos miles, y en ese sentido estoy muy preocupado».
Los conflictos son malos para los negocios y este conflicto va a ser pavoroso. Los subvencionados, los que viven de los demás, están funcionando con una supina irresponsabilidad, removiendo emociones que se traducen todas en una odio irrestricto. Y el odio es malo para las personas, malo para las sociedades y pésimo para los negocios.
Hace poco se supo que, después de la Junta de Seguridad, el delegado del Gobierno en Cataluña, Enric Millo y el secretario de Estado de Seguridad, José Antonio Nieto, fueron insultados al mediodía del jueves, cuando se disponían a comer en un restaurante del centro de Barcelona, por una señora que formaba parte de un grupo de comensales que se estaba organizando para ir a votar en el referéndum ilegal convocado por la Generalitat catalana. La noticia se ofreció como una muestra del ambiente guerracivilista que se vive en Barcelona, y en Cataluña. La intolerante señora que, llena de santa ira separatista, la emprendió a insultos, hizo un daño tremendo al restaurante, un sitio neutral al que se va a estar tranquilos y a comer con deleite. Así no se puede vivir. De esa forma las sociedades decaen y van a la ruina.
Siempre que se ha intentado recrear el paraíso en la tierra, lo que se ha conseguido es general el infierno. Es lo que está haciendo el miserable Carles Puigdemont con sus ansias de pasar a la Historia.