
Editorial.
En estos tiempos en los que se hace preciso defender lo obvio, lo es hacer el elogio de la heterosexualidad. Han sido los heterosexuales los que han mantenido y hecho crecer la especie humana. La opción homosexual sometida a su universalización, como propugna el imperativo categórico de Kant, hubiera llevado a la extinción de la especie. Es preciso destacar y admirar el heroísmo sobre todo de las mujeres que a lo largo del devenir humano, con el embarazo y el parto como momentos de alto riesgo para la vida, han tenido el coraje para alumbrar nuevos seres humanos.
La heterosexualidad es una opción natural altruista abierta a la procreación, con todo lo que ello conlleva de generosidad. Implica siempre un esfuerzo en común; la decisión mutua de generar una célula social donde el hombre pueda crecer y madurar, siguiendo una serie ininterrumpida de actos de afirmación de la vida.

Ahora, que en la Comunidad de Madrid, se plantea la existencia de una asignatura sobre lo que llaman diversidad sexual y la historia del movimiento LGTBI, sería precisa una asignatura dedicada a profundizar en las inmensas virtudes de la heterosexualidad. Las familias heterosexuales han sido y son pequeñas empresas de laboriosidad y esfuerzos comunes, ámbitos naturales de solidaridad, donde el ser humano se ha sentido protegido y donde siempre ha podido recurrir en caso de necesidad.

No podemos por menos que lamentar el intento de degradación de la familia perpetrado por ese partido de oportunistas globalistas que es Ciudadanos con sus inconsistentes razones a favor de los vientres de alquiler.
La heterosexualidad responde a nítidos principios de ecología humana. Un ámbito de afecto y colaboración. Un ideal de vida que fundamenta el orgullo y la autoestima los 365 días del año.