Miguel Sempere
No tienen nombre, ni tan siquiera rostro. Con la mala conciencia de quien quiere ocultar un problema que ha creado, los políticos y sus lacayos los medios de incomunicación nada nos dicen de las víctimas del islamismo, meros números en una estadística. Nada sabemos de ninguno de los 84 asesinados por un musulmán criminal en Niza, el 14 de julio de 2016. Nos han dicho que muchos eran niños, que estaban jugando en un tiovivo contra el que envistió el asesino con el camión, pero ni hemos visto sus caras angelicales ni sus féretros blancos; como si nunca hubieran existido. Ni un solo reportaje sobre sus vidas, anhelos, esperanzas y sus sueños truncados. No se nos ha facilitado ni uno solo de los nombres de los 34 muertos en el aeropuerto de Bruselas. A dónde iban, de dónde venían, quien les esperaba. Ni de las 12 personas asesinadas en Berlín el 19 de diciembre de 2016, en un inocente mercadillo navideño. Nunca conocemos a las familias, sus opiniones, sus sufrimientos. Siempre se nos dicen las mismas consignas: la seguridad no es completa, no debemos tener miedo…Pero el silencio es espeso.
Sabemos mucho más de los asesinos que de sus víctimas. Se ofrecen sus fotografías y se les da un protagonismo que a las víctimas se les hurta con consigna férrea e inmoral. Nunca hay funerales ni féretros. Solo, andando el tiempo, actos melifluos donde los políticos copan todo el protagonismo. Hay velas y adorables sentimentalismos, pero no hay fotos, no hay caras, no hay vidas; nadie con quien identificarse. Es una muerte vergonzante como si fuera culpables de romper esa suicida y atenazante estupidez de la corrección política.
La foto que ilustra esta noticia es la de un adolescente sueco asesinado en Estocolmo en la calle Drogttninggatan por un uzbeko de 39 años; musulmán pues lo de uzbeko es velo: ha asesinado en cuanto musulmán y no en cuanto ubzeko. No hay ningún litigio entre Suecia y Ubekistán. El asesino atropelló al adolescente y le pasó el camión por encima. Nada sabemos de ese adolescente sueco de cuerpo roto. Nada había hecho ese adolescente sueco a ese uzbeko musulmán. Víctima y asesino, notoriamente, no se conocían. Se trata de un asesinato coránico (Matad a todos los no musulmanes allá donde los encontréis), indiscriminado (los no musulmanes son peores que las alimañas). El asesino quería matar a todos los adolescentes suecos; en propiedad, quería exterminar a todos los suecos; solo pudo matar a 4.
De hecho, ese adolescente no le había hecho más que bien a su asesino. Le había acogido en su tierra, en su nación, y le había dado trabajo de albañil. Se había mostrado confiado y acogedor, y ni él ni sus padres pensaron que esa generosidad sería pagada con el asesinato.
Son ya demasiadas muertes hurtadas para que no se abra la evidencia de que hay un problema musulmán en Europa, que el islamismo es la barbarie, que el islamismo está produciendo los criminales más crueles de la historia. Y que son los políticos traidores los que les han introducido con mentiras y falsas utopías destructivas multiculuralistas.