Virginia Montes
Barack Husein Obama ha iniciado en Grecia una gira europea de despedida. Da la impresión de que ha venido a dar ánimos a los atribulados y desprestigiados dirigentes europeos. Obama es presidente saliente; políticamente, no es nadie. Incluso en las dos cámaras estadounidenses los republicanos tienen mayoría absoluta.
El balance en política exterior de Obama es desastroso: su retirada de Irak generó el vacío en el que creció Daesh, que fue financiado y preparado por la Administración Obama-Clinton; el intento de desmantelar las estructuras legales de Siria ha provocado una guerra cruenta; la “primavera árabe” que lanzó Obama se ha traducido en un invierno integrista, con atentados y masacres por todas las naciones musulmanes y también en todo el mundo civilizado. Ha implicado a Estados Unidos en el secular conflicto entre chíies y suníes, al servicio de Arabia Saudí. Durante su mandato se ha producido un genocidio de cristianos, silenciado, probablemente el mayor de la historia.
Obama está para ir pidiendo perdón por todo el mundo y llamando a todas las puertas. En vez de eso, parece querer tratar de enrarecer el ambiente ante la llegada a la Casa Blanca de Donald Trump.
Según él, en resumen de la destructiva ideología globalista, «tendremos que vigilar el aumento de una especie de nacionalismo burdo o de identidad étnica o de tribalismo que se construye alrededor de un ‘nosotros’ y un ‘ellos‘». ¿Tendremos? Obama ya es pasado.