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Donald Trump tritura a Hillary Clinton

Redacción




Donald Trump puede ganar. /Foto: libetarianrepublic.com.
Donald Trump puede ganar. /Foto: libetarianrepublic.com.

Enrique de Diego

Con unos moderadores partidistas hasta el hastío, Donald ha triturado, en el segundo debate, a Hillary Clinton a la que trató con displicencia como una persona mentirosa, que toma mal las decisiones, que merecería estar en la cárcel por el borrado de correos de su etapa de Secretaria de Estado, que dice muchas palabras pero nunca las acompaña con los hechos y a la que, cuando gane, pondrá un fiscal especial.

El escándalo del vídeo de una conversación privada en 2005 no adquirió la relevancia que se suponía, porque, entre otras cosas, Donald Trump compareció una hora y media antes del debate con tres mujeres a las que Bill Clinton había violado y a las que Hillary había ofendido. En materia de respeto a las mujeres, la familia Clinton no está para tirar la primera piedra, sino para recorrer todo Estados Unidos pidiendo perdón.

Donald Trump, que ha estado muy natural y distendido, ha dominado en todo momento la escena frente a una Hillary amanerada, atenazada por la retórica de la corrección política con términos como «celebración de la diversidad» y defendiendo lo existente, mientras Trump -que llegó a citar a uno de los donantes mayores de Hillary, George Soros, y a la que afeó no gastarse su propio dinero en la campaña- incidió en su condición de antistablishment, propugnando buenos acuerdos comerciales, ley y orden, respetar a las autoridades, colaborar junto con Rusia para acabar con el terrorismo islámico radical -«tú, Hillary, ni tan siquiera eres capaz de decir el término» y Hillary fue incapaz de decirlo- y fronteras seguras sin dejar entrar a criminales que luego los países de origen no aceptan, así como un veto a lugares musulmanes de conflicto, cuyos refugiados deben ser acogidos por las naciones del Golfo, que «tienen dinero». Hillary no salió de una mezcla de sentimentalismo vacuo y de conservadurismo de lo existente.

En la tercera fase

Previamente al debate, como avanzó Rambla Libre, Donald Trump ha entrado de lleno en la tercera fase que el sistema ubicuo de la corrección política, con su monopolio mediático, dedica a los que se le oponen: la demolición personal.

El primero es el silencio, el ostracismo: un completo apagón mediático, para impedir el conocimiento de la persona y sobre todo de sus mensajes subversivos. Donald Trump fue silenciado, no contó, frente a los candidatos del aparato. Jeb Bush, Ted Cruz y Marco Rubio, a los que fue superando.

La segunda fase del protocolo es la ridiculización y la criminalización. He aquí un histrión, un payaso, del que se hacen reportajes mostrando sus “meteduras de pata”, cuya nominación se centra en el plagio de unas frases del discurso de su esposa, Melania, de otro de Michelle; una anécdota. El candidato de los patanes blancos, un hombre impresentable en la buena sociedad de la corrección política urbana. Pero también un peligro, una vergüenza nacional, un aliado de Putin.

Puesto que ha sido marcado como un peligro público, el sistema pasa a intentar su demolición personal como si procediera a una profilaxis social –acabar con él-, por la que todos deberían estar agradecidos. Salen a relucir los trapos sucios, las vidas privadas. Todo aquello que se protege en el caso de quienes sostienen los delirantes, estúpidos y suicidas dogmas de la corrección política, muy lucrativos para una élite despiadada.

Protección mediática a Hillary Clinton

Nadie, por ejemplo, ha sacado a relucir los incidentes en el despacho oval entre Bill Clinton y Mónica Lewinsky. Esto sería zafio y de mal tono. Se ha echado tierra sobre los emails de Hillary cuando era Secretaria de Estado o no se ha hecho indagación alguna sobre sus donantes, entre los que se cuenta la familia real saudí y el impresentable George Soros con la cifra de 11,6 millones de dólares.

Imagine, por un momento, el estimado lector, la furibunda campaña mediática que se hubiera desatado si Donald Trump hubiera mostrado una salud tan frágil como la de Hillary Clinton, a la que inmediatamente se ha vendido como recuperada tras una neumonía.

Se han sacado fotos de Melania desnuda, de su etapa como modelo; se han abierto investigaciones fiscales sobre las empresas de Trump, se le ha presentado como un defraudador compulsivo y en un vídeo difundido por el Washington Post como un lascivo macarra; peor, como un machista, uno de los nuevos anatemas de la muy intolerante corrección política. Teniendo el monopolio de la organización de Miss América y Miss Universo, yendo por el tercer matrimonio, cierto grado de lujuria desatada se podía dar por supuesto. Donald Trump ha pedido disculpas, ha ironizado con que Bill Clinton le ha comentado cosas mucho peores en el campo de golf.

Los medios de la corrección política esperan que el voto de los estados más religioso se retraiga. Lo dan por hecho, como si la gente tuviera que obedecerles.

Nada de este proceso de demolición ni en ínfimas dosis se está poniendo en práctica respecto a Hillary Clinton, con la que todo es protección mediática. Ahora han salido en tromba, de manera muy histérica, las celebridades de Hollywood, siempre favorables, por estética, al partido demócrata. Robert de Niro ha resumido todo el pensamiento intelectual de esa legión con un “me gustaría darle un puñetazo en la cara a Trump”. Para haber sido Donald Trump el que ha planteado que el autismo puede estar siendo producido por la vacuna triple vírica, cuestión que implica directamente a lo más sensible de Robert de Niro, el exabrupto es inconsistente. Pero ¿qué hubiera ocurrido si a alguien se le hubiera ocurrido decir que lo que más le gustaría sería partirle la cara a Hillary Clinton? Los collares de perlas se hubieran desperdigado por el suelo y los anatemas hubieran salido raudos de las mansiones progresistas: ¡violento machista!

Habían establecido como dogma la chorrada de que era muy conveniente que Donald Trump fuera el candidato republicano porque sería entonces demasiado fácil para la corrupta Hillary, pero sigue sorprendiéndoles a los mandamases de la nueva religión vacua que no despega en las encuestas.

No han entendido que el fenómeno Trump –que en España, absolutamente en solitario, sólo detectó Rambla Libre– no es sólo personal sino social. Desde luego, se han encontrado con un multimillonario capaz de sobrevolar sobre los lobbyes y los poderes fácticos; quizás con el único multimillonario contrario a la corrección política y por ello capaz de vencer la resistencia de los aparatos partidarios. Pero Trump representa y recoge una corriente muy intensa y muy profunda de opinión popular, democrática, que está harta de la imposición de auténticas estulticias muy costosas y muy destructivas. Por eso, cuando el partido republicano lo quiso moderar, para amortizarlo con una derrota conveniente para el sistema, e incluso se le organizó una reunión con el presidente de México, Trump bajó en las encuestas y cuando retomó el discurso execrado como radical volvió a subir.

El vídeo machista, más bien simplemente obsceno, de mal gusto, ha sido difundido por Washington Post, un periódico que tiene el dudoso privilegio de haber organizado la más histérica de las cazas de brujas contra una de las mejores, más exitosas y eficientes administraciones de la historia de Estados Unidos, la de Richard Nixon, llevando a la nación, y a Occidente, a uno de sus momentos más bajos.

Trump puede ganar, no sólo por lo que indican las encuestas, sino porque la misma histeria de la tercera fase de la demolición personal indica que en los templos fríos y oscuros del relativismo de la corrección política se olfatea con intensidad el peligro.

Donald Trump, en la tercera fase