Virginia Montes
La UE está noqueada y cuarteada tras el Brexit. La reunión de Bratislava no ha representado ningún impulso, ni relanzamiento, que se remite a marzo, para superar lo que un Jean-Claude Junker apeado de su prepotencia ha calificado de “crisis existencial”.
Las cuotas de refugiados han desaparecido, siempre fueron una locura burocrática. “La solidaridad tiene que ser voluntaria, no se puede imponer”, ha dicho Juncker, quien antes flagelaba a los estados. Viktor Orban, presidente de Hungría, ha dicho que hay que acabar con la política migratoria “ingenua y destructiva” de Bruselas.
Ahora la preocupación de los 27 –sin Reino Unido- es la seguridad de las fronteras y la defensa. Un completo fracaso de la histeria moral de Ángela Merkel –cuyo partido quedó detrás de Alternativa por Alemania en Mecklemburgo Pomerania y puede sufrir otro varapalo este domingo en Berlín- y Bruselas.
Lejos de Bratislava, Nigel Farage se despedía presumiendo de haber cumplido la promesa de que la UKIP provocaría un terremoto. El movimiento sísmico sigue provocando estragos. El eje franco-alemán propone un ejército común, con un único cuartel general, pero eso es la OTAN con otro nombre. No hay ideas, mientras Bruselas y los líderes europeos temen el avance de los partidos identitarios, agrupados bajo la descalificación de populismo. Hay un frente del Este ya muy sólido –con Hungría, Polonia, Eslovaquia y República Checa- contrario a los aires fétidos de la corrección política que llegan de Bruselas y a la supranacionalidad de la burocracia comunitaria. “No seamos los culpables de los errores que pongan fin al sueño europeo”, ha dicho Jean-Claude Juncker. Ese “sueño” ha dejado de existir, y para muchos es una pesadilla de la que es preciso despertar.