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La rebelión de las naciones

Redacción




Ramón Peralta. /Foto: YouTube.com.
Ramón Peralta. /Foto: YouTube.com.

Ramón Peralta. Profesor titular de Derecho de la Universidad Complutense    

Este año de 2016 se recordará como el año del Brexit: la salida de Gran Bretaña de la Unión Europea es un verdadero terremoto político continental. Además, a lo largo de los últimos dos años han surgido nuevas fuerzas políticas de signo nacional-democrático en muchos países de la UE: Francia, Holanda, Bélgica, Dinamarca, Suecia, Finlandia, Hungría, Polonia, siendo incluso mayoritarias en algunos de estos países. Recientemente se ha sumado Alemania con la irrupción de un nuevo partido Alternativa por Alemania.

Estos partidos de orientación nacional-democrática son esencialmente soberanistas y conservadores, creen en una economía de mercado moderada por el estado de bienestar como contribución al bien común, y rechazan el socialismo como doctrina político-económica. También defienden la identidad cristiana y democrática de los pueblos europeos. Común denominador de estos nuevos grupos políticos es el cuestionamiento de la creciente centralización-concentración del poder a nivel continental, el cuestionamiento del llamado federalismo europeo, una corriente ideológica tendente a crear un superestado europeo, altamente intervencionista, con la consiguiente erosión de las soberanías nacionales, ámbito nacional que es el único en que es posible una verdadera democracia constitucional-representativa.

El mundialismo promovido por banqueros internacionales, con base en Estados Unidos, así como por otras organizaciones proglobalización afines, tiene enorme interés en ver a toda Europa gobernada por un pequeño grupo de políticos ya estén a su servicio o sean especialmente receptivos a sus indicaciones.

El Brexit, inesperadamente votado por una mayoría de británicos, y el crecimiento de opciones políticas soberanistas de ideario nacional-democrático, está poniendo en cuestión este proceso de “construcción europea” que culminaría teóricamente en la creación de un gobierno federal continental, a cuyas decisiones debieran subordinarse los gobiernos y parlamentos nacionales. La agenda de ese pretendido gobierno federal supone el práctico sometimiento de los pueblos europeos a la “clase dirigente global”, lo que incluye libre comercio total sin controles económico-políticos nacionales, entrada sin límite de poblaciones no europeas, en su mayoría de países musulmanes, máxima difusión de la llamada ideología de género, tendente a menoscabar los conceptos europeos de familia y matrimonio, y la defensa del homosexualismo como ideología positiva, todo ello en un marco acentuadamente materialista. Esta agenda tiende principalmente a la destrucción de las identidades nacionales y a la descalificación de la espiritualidad cristiana, al rechazo del concepto del bien común en relación al conjunto solidario de la comunidad nacional, a la desestructuración de la familia tradicional o a la cosificación de la persona a la que se pretende convertir finalmente en un individuo servil ocupado en pulsiones consumistas, sometido a las directrices de un poder global muy centrado en el control de medios de los comunicación, en el control de todos aquello que estudiamos, que leemos o que vemos ya sea en prensa, cine, televisión o, incluso, en internet.

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Es más fácil manejar un pequeño grupo de políticos, más o menos corruptos, como los que forman el actual establishment europeo que manejarse con más de una veintena de Estados nacionales soberanos y democráticos. Se ha creado ya una auténtica clase dirigente mundial formada por financieros internacionales y políticos “establecidos” que han declarado la guerra a las soberanías nacionales, instancias populares soberanas que sí pueden limitar efectivamente su creciente poder global a través de las acciones de gobiernos y parlamentos nacionales verdaderamente representativos y pendientes del bien común de las naciones y no del creciente poder económico-político particular de los magnates globales, los cuales miran solo en su beneficio, en el continuado aumento de sus inmensas y escandalosas fortunas.

Muchos europeos están empezando a tener conciencia de lo que supone para ellos, para todos nosotros la actual deriva de la Unión Europea. Euroescepticismo no significa antieuropeísmo, ni mucho menos, significa rechazo a un “gobierno federal” para un superestado continental sin control popular efectivo, tan sensible a la manipulación por parte de esa clase gobernante global que viene configurándose decididamente desde mediados del pasado siglo. Se extiende por Europa el rechazo a ese superestado continental gobernado por una dudosa y artificiosa Comisión de políticos establecidos y agradecidos. Comienzan a rebelarse las naciones en cuanto realidades histórico-sociales ante esa creciente amenaza para la libertad y soberanía de los pueblos europeos como naciones históricas, unos Estados nacionales que si pueden establecer bases para una solidaridad continental desde su unión como Estados soberanos, una unión fundada en todo caso en el concepto de intergubernamentalidad, de modo que las decisiones adoptadas por dicha Unión Europea lo sean a partir del acuerdo general de todos los gobiernos representativos de los Estados que la conforman.