
Enrique de Diego
Cada vez que se abre el debate sobre el sistema electoral se repite como un mantra que hay que ir a un sistema en el que todos los votos valgan lo mismo o que un hombre un voto sea la máxima inamovible. Es decir, más proporcionalidad o incluso la proporcionalidad perfecta. Es un inmenso error consecuencia de la inmensa ignorancia que hoy domina en la nación a través de millones de ignorantes ilustrados.
Cuanta más proporcionalidad, más inestabilidad. Los sistemas proporcionales han provocado grandes desastres y por eso han ido siendo sustituidos o corregidos. Uno de los fracasos históricos más sonoros fue el de la República de Weimar. Si bien el presidente del Gobierno era elegido por siete años, el poder residía en el canciller, que era una figura partidaria elegida mediante el sistema proporcional, lo que dificultaba sobremanera formar gobierno. Por el artículo 48 el presidente ejercía poderes de emergencia cuando el Parlamento no se reunía. A partir de 1923 se invocó maliciosamente este artículo siempre que el Parlamento estaba paralizado. Y el Parlamento a menudo lo estaba –tras la elección de 1928 se tardó un año en formar Gobierno- por la incapacidad de generar mayorías absolutas.
Además, el sistema proporcional va primando al minoritario, pues el mayoritario para poder gobernar ha de asumir el programa de éste, con lo que la fórmula no aumenta la representatividad sino que la reduce. Eso favoreció el crecimiento del Partido Nacional Socialista Alemán y Adolf Hitler utilizó el artículo 48 para acabar con la democracia e implantar el partido único.
No es que los alemanes no supieran utilizar el sistema proporcional, sino que no funciona bien en el objetivo de conseguir un Gobierno representativo. Tampoco lo consiguieron los franceses de la IV República, sometidos a lo que Charles de Gaulle descalificó como el “ballet de los partidos”. La inestabilidad política, complicada con la crisis de Argelia, puso a Francia al borde de la guerra civil. En 1958, los militares, en un golpe de Estado encubierto, pidieron la vuelta de De Gaulle y la obtuvieron. En 1958, la Constitución de la V República impuso la segunda vuelta, de forma que los electores debían tomar decisiones inequívocas entre los bloques de izquierda y derecha, al tiempo que la presidencia reforzada pasaba a ser elegida por sufragio directo. Ni la cohabitación de presidente y primer ministro de diferentes partidos ha llevado al bloqueo.
Tampoco les fue bien a los italianos el sistema proporcional. La I República italiana, girando en torno a la centralidad de la Democracia Cristiana se enquistó en fórmulas que llegaban al pentapartido y en las que los programas votados en campaña electoral resultaban irreconocibles, con lo que el sistema degeneró en un brebaje de mentira, cinismo y corrupción. Hoy han desaparecido la Democracia Cristiana, el PSI y la mayoría de las siglas de la anterior etapa.