Enrique de Diego
El espeso velo de ocultación extendido sobre el fracaso del comunismo hace inteligible su rebrote en Venezuela y, por contagio, en otras naciones sudamericanas como Nicaragua, Ecuador y Bolivia. El llamado “socialismo del siglo XXI” presenta pocas novedades respecto a las cepas originarias y la mutación fue posible en circunstancias concretas de putrefacción del sistema venezolano y merced a un espadón caribeño, Hugo Chávez. Una cuestión colateral es si España, a través del partido Podemos, está en riesgo de seguir la desastrosa senda venezolana.
Hugo Chávez (1934-2013) accedió a la presidencia de Venezuela el 2 de febrero de 1999, después de ganar las elecciones con el Movimiento V República, que aglutinó a diferentes fuerzas de izquierdas, incluido el Partido Comunista. El teniente coronel Chávez, con una destacada hoja de servicios, se hizo famoso cuando en 1992 protagonizó un golpe de Estado contra el gobierno socialdemócrata de Carlos Andrés Pérez, deslegitimado por su abrumadora corrupción. El golpe de Estado dado por el Movimiento Bolivariano Revolucionario 200 (segundo centenario de El Libertador), que agrupaba a oficiales del segundo escalón, seguía la estela del descontento que estalló en el llamado caracazo de 1989, cuando los habitantes de las zonas pobres de Caracas tomaron la ciudad y se dedicaron al saqueo y al pillaje durante varios días.
El golpe fue un fracaso y aún hoy se disputa sobre el número de muertos que provocó que oscila entre 14 y 50. Para rendirse, Chávez exigió dirigirse a la nación por televisión. Se le permitió, como muestra de la debilidad de un régimen corrupto, con una población desafecta a la que no llegaban los beneficios de las grandes reservas de petróleo. Chávez se convirtió en una personalidad popular. El discurso de aquellos oficiales no iba más allá del populismo patriótico con indefinible retórica bolivariana, pero coincidía con esa profunda y fuerte corriente de descontento.
No estuvo mucho tiempo en la cárcel, pues el 27 de marzo de 1994 fue indultado por el nuevo presidente, el socialcristiano Rafael Caldera. Otra muestra de debilidad. El bipartidismo venezolano, con alternancia entre socialdemócratas y socialcristianos, Acción Democrática y COPEI, era rechazado por la población pues ambos partidos estaban incursos en casos graves de corrupción. Una manifiesta similitud con la situación actual española. Hugo Chávez emergió proponiendo una Asamblea constituyente, un cambio radical, una limpieza de la vida pública. En sendos referéndums obtuvo el respaldo del 80% y del 71,78%.
No fue hasta el 30 de enero de 2005, cuando Hugo Chávez, en el marco del V Foro Social Mundial, hizo mención al socialismo del siglo XXI y afirmó que la “democracia revolucionaria” apostaba por “dirigir la revolución bolivariana hacia el socialismo”, aunque de manera indefinida o vaga, pues se trataba de un socialismo que era preciso “construir cada día”. “El socialismo del siglo XXI” surge de la reflexión revisionista de Heinz Dietrich Sttefan y hace especial incidencia en las organizaciones de base y en la democracia participativa, así como en términos genéricos del tipo de una “economía de valores” basada en el valor trabajo y no en la ley de la oferta y la demanda, haciendo hincapié en el “valor objetivo del trabajo” y en un fuerte reforzamiento del papel y la intervención del Estado en la economía. Es preciso reiterar que no existe tal cosa como el valor objetivo del trabajo: si se trabaja en un producto que no interesa a nadie, que no satisface ninguna necesidad, el valor de ese trabajo es nulo. Aunque algunos comunistas ortodoxos han criticado “el socialismo del siglo XXI” como desviacionista, propiamente es el comunismo de siempre con nueva terminología y con una mayor carga emotiva. Chávez añadió una retórica cristiana en la línea de la teología de la liberación. Y esa democracia participativa degeneró en una autocracia con culto a la personalidad del líder.
La medida fundamental fue la nacionalización del petróleo, lo que dotó al nuevo régimen de una gran capacidad de maniobra económica, aunque esa medida conllevó fuertes ineficiencias y una elevación de la corrupción, que alcanzó a buena parte de los altos oficiales del Ejército a los que se introdujo en el reparto del botín. Expropiaciones sin indemnización, colectivización de fincas, misiones bolivarianas de reparto de alimentos que empezaron a escasear, retórica contra los especuladores, precios fijos, toda la serie de medidas fracasadas que han llevado al desabastecimiento y al hambre a una de las naciones más ricas en recursos naturales.
Murió creyendo en la mentira de la sanidad cubana
Hugo Chávez, el hombre que seguramente -con efectos más letales para su salud- ha creído más firmemente en la mentira de la propaganda de las virtudes de la sanidad cubana, estableció un fuerte eje Caracas-La Habana, rayando en la satelización, con suministros en donación de petróleo al régimen de los Castro, que, como contrapartida, le facilitó agentes de los servicios secretos y modelos de organización de control político de la población. El petróleo sirvió para financiar campañas electorales y exportar el “socialismo del siglo XXI” a Bolivia, con Evo Morales, que incidió en el sesgo indigenista, a Nicaragua, con Daniel Ortega, y a Ecuador, con Rafael Correa, que experimentó una fórmula más liviana.
Una de las primeras medidas del espadón caribeño fue desmontar la estatua de Colón de Caracas y llevarla arrastrando por toda la ciudad. Este componente indigenista, muy marcado en Evo Morales, no tiene encaje alguno en el marxismo, que contemplaba la marcha de la humanidad en procesos deterministas y que llevó, en la práctica, a numerosos genocidios de grupos étnicos. La retórica bolivariana también resulta excéntrica, pues Simón Bolívar era un criollo, propietario de esclavos, un criminal sádico que tendía compulsivamente a fusilar, con frecuencia como colofón de orgías nocturnas, y cuya referencia burguesa era el parlamentarismo inglés, aunque nunca llegó a poner en marcha algo parecido.
Los venezolanos se negaron, en referéndum en 2007, a seguir la senda castrista y el chavismo fue degenerando en un caos económico, que tuvo que afrontar la resistencia activa de la juventud universitaria y que ha fracturado en dos a la sociedad venezolana, disparando los niveles de delincuencia y homicidios, y teniendo que mantener los ritos democráticos, hasta perpetuarse en el poder con Nicolás Maduro –tras el óbito en su amada La Habana de Hugo Chávez– en práctico empate con Henrique Capriles –gobernador del Estado Miranda-, con un enfrentamiento que no hace otra cosa que incrementarse, mientras la economía empeora de manera progresiva como una enfermedad que empobrece a capas crecientes de la población. Un nuevo reparto de la miseria, mientras una minoría dirigente partidaria se ha enriquecido, la llamada boliburguesía.
¿Corre el riesgo España de derivar hacia una situación a la venezolana? Es notorio que los dirigentes de Podemos -una minoría en cualquier caso aunque ahora proyectada por la sorpresa del éxito- se mueven en la estela del chavismo, al que tanto Pablo Iglesias como Juan Carlos Monedero han asesorado de manera retribuida. El programa de Podemos está inspirado en “el socialismo del siglo XXI”. Hay, además, similitudes en el proceso: 1) una deslegitimación de la clase política, casta, pues ya se ha hecho vitalicia y hereditaria, y de la alternancia bipartidista; 2) un rechazo a la corrupción que se percibe generalizada e impune. Faltan los componentes militarista e indigenista del chavismo. En Venezuela, las clases medias quedaron paralizadas y atrapadas en la falsa estabilidad de un sistema que nadie era capaz de defender, y fueron incapaces de ofrecer su propia agenda regeneradora, dejando toda la iniciativa y el protagonismo a Hugo Chávez. Esa es otra similitud respecto a España. Chávez ofreció un proceso constituyente, que es también la propuesta estrella de Podemos, como ruptura con el sistema.
Podemos, con la base del movimiento cívico informal del 15 M, hace mucho hincapié en la “democracia participativa”, aunque sus dirigentes han empezado a hablar de la inoperatividad de la asamblea y en una asamblea multitudinaria celebrada el 14 de junio de 2014, con asistencia de 55.000 personas, en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Complutense, se respaldó, con el 87% de los votos, la marcha hacia el centralismo democrático, la organización del congreso constituyente de la formación a una cúpula dirigida por Pablo Iglesias dentro de una lista cerrada. Una manifiesta incoherencia.
La respuesta, por tanto, respecto a si hay un peligro de venezualización de España no es clara, ni unívoca. El futuro siempre está abierto y depende de la responsabilidad de cada uno, pero el riesgo, ciertamente, existe y no puede ser minimizado porque es fuerte.