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¿De verdad la Inglaterra de Jo Cox es Inglaterra?

Redacción




La diputada laborista, Jo Cox, era una firme partidaria del multiculturalismo.
La diputada laborista, Jo Cox, era una firme partidaria del multiculturalismo.

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Virginia Montes

Victima y verdugo, la diputada laborista, Jo Cox, y el jardinero a tiempo parcial con problemas mentales, Thomas Mair, parecen salidos de mundos distintos, contrarios, antitéticos. Y, sin embargo, pertenecían a la misma Inglaterra o a las dos Inglaterras que se enfrentan en el Brexit.

Ella era una triunfadora, que había hecho de la solidaridad su modus vivendi; él era un inglés medio, solitario, y solidario a su manera, pues en su comunidad en Filled Head (Bristall), resaltan que ayudaba en los trabajos de jardinería. Ella era una multiculturalista; a él se le presenta como un supremacista blanco, aunque cómo tenerse por un supremacista cuando se es maniaco depresivo, con serios problemas de autoestima.

Jo Cox nació en 1974 en Batley, en el condado de Yorkshire (norte de Inglaterra), en una familia de clase trabajadora. Estudió en Cambridge, el faro progresista, y desde entonces tuvo una carrera exitosa en el ámbito de la solidaridad y el multiculturalismo, ascendiendo, al tiempo, en el seno del partido laborista. Había sido asesora de Sarah Brown, la esposa del premier Gordon Brown. Había sido jefa de políticas de Oxfam, una ONG dedicada a luchar contra la pobreza. En 2009 había sido nominada por el Foro Económico Mundial como líder joven global y tres años después fue galardonada con el premio Devex por su contribución al desarrollo internacional. David Cameron la ha definido como “diputada comprometida y solidaria”, que es una especie de beatificación laica.

Desde 2005 era diputada laborista, comprometida con todas las causas de la corrección política desde el feminismo a su condición de copresidenta del grupo parlamentario Amigos de Siria. ¿De qué Siria? Hemos de suponer que la de los bautizados como “rebeldes sirios”. También mostraba mucho interés por Palestina y Pakistán.

Estaba casada con Brendan Cox, exasesor de Gordon Brown, un exalto ejecutivo de Save the Children. “Ejecutivo”. La solidaridad está bien pagada. La lucha contra la pobreza es rentable. El matrimonio tenía un estilo de vida chic: vivían en una casa-barcaza en las orillas del Támesis. Algunos aman tanto a los pobres que los crean por millones.

El asesino, en las antípodas, sin brillo en su vida

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Thomas Mair estaba en las antípodas, era la antítesis. Nada de brillo en su vida, siempre calado con la gorra blanca con que le identificaron sus vecinos siendo detenido tras el asesinato de un odio desatado: a cuchillasdas con un cuchillo de caza y rematando a la víctimas a disparos. Territorialmente, nunca había salido de su ámbito conocido, de la casa de su abuela, en la que llevaba viviendo solo los últimos veinte años. The Independent y The Daily Mail han escudriñado en su ordenador y han encontrado simpatías con grupos supremacistas blancos, pero algo lejanos en el tiempo y poco comprometidos: Thomas Mair no militaba en ningún grupo de extremaderecha, ni tenía relación alguna: era completamente un solitario; quizás lo de lobo solitario resulta una metáfora excesiva. Sus vecinos lo tenían por una persona amable, obsesionado con el orden, apasionado de la jardinería.

En su única intervención televisiva en su gris vida de perdedor apareció como un enfermo mental. “Puedo honestamente decir que el trabajo me ha sentado mejor que toda la psicoterapia y la medicación del mundo”. Y: “todos estos problemas se alivian trabajando como voluntario”. En otros tiempos, podía haber sido un votante laborista.

De dónde surge el odio

Brendan Cox en la despedida, con entonaciones new age, de su esposa, y madre de dos hijos, se ha comprometido a que “yo y los amigos y familiares vamos a dedicar cada momento de nuestras vidas a cuidar de nuestros hijos y a luchar contra el odio que la mató”.

¿De dónde ha surgido ese odio? El multiculturalismo iba a ser el paraíso pero todo paraíso contiene su serpiente. ¿Era Thomas Mair? No parece tan sencillo. En los años 80 –como desveló el Daily Mail– los laboristas decidieron favorecer la entrada de una inmigración masiva, con la finalidad de ir hacia la Inglaterra de la multidiversidad, que nada tuviera que ver con la Inglaterra de Enrique VIII, la reina Isabel, Shakespeare, Cromwell, Nelson, Drake o Churchill. Una Inglaterra nueva, distinta, de la que, por ejemplo, se calcula que tres mil “ciudadanos ingleses” han ido a combatir a Siria con Daesh, incluido su verdugo más sanguinario. En junio de 2015, los doce miembros de una familia “inglesa” de Bradford se marcharon a integrarse en el califato de Daesh. Pero ¿eran, de verdad, ingleses? Jo Cox, 41 años, promesa ascendente del Laborismo, hubiera contestado que sí. Se abstuvo en la votación sobre una mayor intervención militar inglesa en Siria. Thomas Mair, taimado jardinero a tiempo parcial, contestaría que no.

Dos Inglaterras se enfrentan en el referéndum

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Y eso es lo que divide a los ingleses, lo que ha provocado la existencia de dos Inglaterras. Porque no se asiste a un proceso de inmigración sino a toda una ingeniería social, que en pocas décadas ha hecho irreconocible a Inglaterra, casi ininteligible. Y al rechazo a esa demolición de la identidad de la nación han pasado a llamarlo racismo. Eso es, a la postre, lo que se dirime en el referéndum, en el que el debate ha superado los amplios márgenes de lo económico para centrarse sólo

en la cuestión identitaria, tras comprobar que David Cameron, otro liderazgo débil, mintió al prometer que frenaría la inmigración, que no ha hecho más que crecer (333.000 en 2015): ¿de verdad la Inglaterra de Jo Cox es Inglaterra? ¿de verdad el multiculturalismo es el paraíso en la tierra?

La mayoría de los ingleses estaban contestando no a las dos preguntas antes del terrible asesinato de la diputada laborista. Los partidarios de mantenerse en la UE y seguir la senda actual creen que el crimen modificará la tendencia electoral. Puede que sí. Pero también puede que no, pues la cuestión no es ya tan sencilla. Hay ya corrientes subterráneas de odio que están aflorando y para anularlas Brendan Cox tendrá que hacer muchas horas extra…bien pagadas, claro.