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Geoestrategia demográfica: El espacio vital hebreo

Redacción




Muro de las lamentaciones, con la Mezquita de Omar al fondo. /Foto: es.wikipedia.org.

Enrique de Diego

Nunca tantos dependieron de tan pocos. El pequeño Estado de Israel tiene una población de 8.002.300, según datos censales de 2013, de los que el 75,5 son judíos, el 20,6 árabes y el 4% de otras etnias, incluidos musulmanes no árabes. Israel es una nación fuertemente identitaria, que ha recibido aportes de sucesivas emigraciones judías desde el mundo árabe (en 1948 vivían en naciones musulmanas 899.000 hebreos y hoy no pasan de los 5.860), la extinta URSS, Etiopía, Argentina. Todos los étnicamente judíos –esa condición la transmite la madre- pueden ser ciudadanos de Israel. Y al tiempo es una nación multicultural, con una fuerte minoría árabe.

Israel es la única democracia en Oriente Medio y también es una isla en un océano poblacional islamista, con una fuerte presión demográfica.

El Estado de Israel no se ha sentido concernido con el combate contra el Estado islámico, sino que está a favor de la destrucción de Siria como entidad política. El enemigo de Israel es Irán, y no Arabia Saudí, con la que parece confluir en numerosos intereses.

El Estado islámico es una creación mediata de las nefastas políticas norteamericanas desde la invasión de Irak, pasando por el vacío dejado con la retirada de las tropas, el aliento a los integristas con la coartada de la primavera áraba, y la financiación y preparación de los opositores a Damasco de los que surgió Daesh.

Una consecuencia de esa política de Estados Unidos, y de la realpolitik hebrea que pasa por el beneficio de convertir a Siria en un Estado fallido, ha sido el genocidio de los cristianos, el éxodo de comunidades cristianas con dos mil años de antigüedad.

Otra consecuencia ha sido el desplazamiento masivo de población musulmana, como excedentes de población, vendida mediáticamente como refugiados, lo que alivia la presión demográfica sobre Israel.

Los intereses de Israel no son los de las naciones europeas, sino que son contrapuestos. Israel, que se considera con un derecho histórico sobre la Tierra Prometida, y que en los asentamientos de Cisjordania viven 270.000 judíos, está interesada, con toda la lógica, en fortalecer el espacio vital hebreo. Aunque los palestinos de Hamas insisten en que Israel quiere expandirse, no tiene ni vocación ni posibilidades imperiales; su baja demografía se lo impediría, en cualquier caso; y no puede asumir poblaciones no hebreas, pero cuanto más caos haya a su alrededor, mejor. Ni Daesh ha atacado a Israel ni Israel ha atacado a Daesh. Israel está interesado en implicar más a Estados Unidos contra Bashar Al Assad. Ha sido Vladimir Putin –y Rusia- quien ha impedido el completo genocidio de los cristianos, que para los judíos era irrelevante.

El califato con su crueldad lo que ha hecho es empujar hacia Europa a millones de musulmanes, con riesgo evidente de desestabilizar las sociedades europeas y de acabar con su identidad, abocándolas al conflicto interno.

Europa no tiene ningún significado para Israel, en el momento presente. La invasión islámica de Europa carece de entidad para Israel. Las prédicas de algunos rabinos inciden en que se azote y el del terrorismo son justos castigos a la Soha.

El globalismo, que está siendo letal para las sociedades europeas convertidas en cobayas de un vasto experimento de ingeniería social, cuyo desenlace final sería un gobierno mundial dentro de un nuevo orden, tiene un alto componente hebreo secular. Pueden encontrarse bases pervertidas en ese esquema del mesianismo. George Soros es un judío renegado que financia a asociaciones contrarias al Estado de Israel, pero su globalismo, como el del Club de Bilderberg o el de los Rothschild, no perjudica a Israel sino directamente a las sociedades europeas, que se han convertido en el objetivo destructivo de estas fuerzas oscuras.

La idea de que los judíos quieren castigar a los europeos por el Holocausto es alimentada, como se ha dicho, por las prédicas de los rabinos. El genocidio de los cristianos y la destrucción de Europa son irrelevantes para los judíos.

El Estado de Israel no es un enemigo pero mucho menos un aliado de las sociedades europeas, cuyos intereses son contrapuestos. La inmigración masiva musulmana hacia Europa resta presión demográfica sobre los pocos millones de judíos del Estado de Israel interesados en preservar su espacio vital; la destrucción de las naciones islámicas por el internacionalismo integrista también beneficia a Israel, en cuanto sume a esas sociedades en una espiral autodestructiva de violencia.